12.5.06

Vidas sublimes

Estoy frente al computador. El día está tibio acá en Los Andes. Hay algunas nubes pero se siente la fuerza del sol al caminar por la calle. Estoy vestida con un pantalón negro, una polera tres cuartos con rayas de colores y encima un peto morado. Llevo zapatos de tacón y ando con un bolso fucsia. Es viernes y la gente se mueve más rápido que el resto de los días, quizás porque se acerca el fin de semana. Fui al cibercafé porque me aburrí en la oficina. De nuevo. Es de esos días en que no suelen pasar muchas cosas. Nada mejor dicho. O mucho en la mente y poca acción en la vida. Hay un stand by que no se puede ignorar.
Anoche tuve un sueño extraño. Estaba en una fiesta y el Santo se me acercaba. Actuaba muy distinto, como si fuera otra persona. No había nadie más que nos conociera. Y hablábamos de la vida, cosa que nunca hacemos o que, si hemos hecho, nunca falta el que llega. Y pasábamos a otro nivel. A otro tipo de encuentro (no digo nada sexual, por si acaso). Era simplemente algo de acción-reacción. Nunca supe cómo terminó el sueño. Nunca pude imaginarlo tampoco. Fue raro, como si de golpe me lo hubieran quitado.
No me pude quedar en Santiago como quería. Habían muchas cosas que hacer en la mañana. Y eso era impajaritable. Claro que el día avanza más lento, como si la energía se agotara. O se quedara rondando en el aire como el polen en primavera. Ahora, en este instante, me siento cuando estás bajo el agua, en un instante en que cierras los ojos y aguantas el aire en toda la boca mientras estás consciente que tu cuerpo se desvanece en el poder líquido. Y te vuelves parte de él.
Sr. Corales, ya estaremos juntos. Nunca se sabe cuando aparecen las horas de los escapes.

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