27.7.09

Números primos

Es racional. Es simple. Es así. Nosotros somos como dos números primos consecutivos. Son esos números que están separados por otro. Por más que quieran estar juntos no pueden. Estamos cerca, pero ese otro número que está en el medio nos separa demasiado. Una distancia que no es posible romper, porque ese número sigue de mí y permite que tú existas, en la consecución lógica de los números primos consecutivos.

25.7.09

f r a g i l

He llegado a mi punto máximo de fragilidad.
A tal límite de debilidad que tengo miedo de mí misma.
Miedo. Miedo. Miedo.
Viene de la capacidad de transformación de mi alma en un ser distinto a mí.
Yo viviendo en un yo de la realidad paralela.
Imagino, vivo y pienso en eso.
No. Definitivamente tengo miedo de mí misma.

17.7.09

Recuerdos

Ayer leí, por milésima vez, el libro Sobredosis de Fuguet. Antes, unos minutos antes, cuando encontré el libro sobre el baúl de mi pieza aparecieron unas flores amarillas resecas entre sus páginas. Y de golpe, se me vino a la cabeza el verano, un lugar cerca de la cordillera. Mi auto, yo en la parte trasera muerta de sueño, tus manos y un par de bellas y pequeñas flores que me entregaste cuando estábamos prontos a regresar a Santiago. Me fui durmiendo con las flores entre mis dedos y la cabeza apoyada en un enorme bolso que no era mío.

La grasa rota

Yo no quería. Yo nunca quise. Nunca deseé eso para mí. Nunca pensé en dejar tantas cosas de lado por algo que quizás no vale la pena. No importa. Yo lo adoraba y por eso me encerré aquí, con él, dejándome estar. Ahora siento mi estómago muerto, deshecho, sin que sea capaz de resistir unos pocos gramos de comida. Estoy envuelta en una bata mandada a hacer, que ya no me caben las que venden en las tiendas, unas pantuflas aplastadas y deformes por el peso de mis pies. Y al lado, a pesar de todo, él sigue ahí. No me ha abandonado. Ni siquiera después de la cirugía. El está ahí abierto, esperándome, entregadamente dulce y un poco frío a la vez. Lo siento doctor, pese a todas las instrucciones que me ha dado no dejaré mi helado cookies and cream.

Luna Llena

El capricho no tenía nada que ver con el blanco, dijo el pequeño hombre. “Debes seguirme y mientras tus pies se hunden en la nieve yo seguiré adelante sin hundirme, porque puedo volar y hacerte volar a tí”. El pesado vestido se fue desprendiendo de mi cuerpo como en un acto de magia. Mi copa de vino blanco se hizo más grande y más pesada. Mi ropa interior continuó intachable, mientras las venas de todo mi cuerpo se marcaban más y más, hasta dejarme inmóvil por el intenso frío. El enano maldito me dejó sola. Me dejaría morir en la soledad de la noche. Pronto me dí cuenta que estaba equivocada. Los lobos venían por mí. Y en vez de lamerme y morderme, formaron un círculo en torno a mi presencia, bebieron de mi copa y regresaron a ser humanos con dolor y desprendimiento. Luego, me sacaron de la nieve, me envolvieron en sus gruesas pieles y me llevaron de regreso a casa. En el cielo, en la luna llena, un hombre pequeño lloraba sangre.

A puerta cerrada

Fue extraño. Llegamos al motel y en el privado no te hice nada y tú tampoco me hiciste nada. Cuando la señorita avisó que había una habitación desocupada me hiciste pasar primero, como siempre, pero no me tocaste el trasero. Simplemente caminaste detrás de mí. Llegamos a la pieza y en vez de tocarnos y yo disfrutar del placer de verme en el espejo de arriba, nos sentamos cada uno a un lado de la cama. Yo hacia donde se supone había una ventana que daba hacia la calle y tú hacia la parte de la habitación donde estaba el baño. Ninguno de los dos hablaba. Me saqué la chaqueta y tú hiciste lo mismo. Llamé a la mucama para que me trajera una piscola. Tú encendiste la calefacción porque la habitación estaba fresca. En ningún momento nuestros ojos se toparon. Encendiste la tele y había una china siendo follada por dos negros y un tipo blanco con una enorme verga. Mi piscola llegó. Aprovechaste de pagar la habitación. Cambié la tele a un canal de monitos animados. La tele estaba muda, sin volumen. Prendiste la radio y la dejaste en una estación donde tocaban cumbia sin parar. Aún nuestros ojos no se topan. Nos acostamos sobre la cama y mientras yo veía los monos a veces cerraba los ojos y tú volvías a colocar el canal porno, pero cuando presentías que yo iba a despertar, lo cambiabas para que yo no me enojara. Y así nos llevamos las tres horas. Cuando llegó la hora de irnos, te arrodillaste ridiculamente y me pediste matrimonio. “Ni cagando”, respondí. Te pusiste a llorar. Yo salí y me puse a caminar hacia el metro. Me sentí feliz.

Muñeca falsa

Anoche ella hizo un ritual. La ví desde la ventana de mi edificio que da justo frente al de ella. Ajusté mis larga vista con cuidado. Estaba completamente desnuda. Comienzo a enfocar el ojo derecho, luego el izquierdo. Primero se sentó en posición de flor de loto, recitó unos mantras unos tras otros y empezó a caer en trance. La veía perfectamente, pese a que ella estaba en la oscuridad. Mis larga vista tienen visión infrarroja. Tenía los ojos abiertos, pero no me daba la sensación de que estuviera conectada con el mundo real. Más bien estaba desconectada. La sigo mirando. Su cuerpo se ve interesante con los reflejos verdes cortados frente al fondo negro. Veo su pelo revuelto, sus ojos de cervatillo, una nariz que quería ser respingada pero no fue por el destino de la genética. Observo su boca semiabierta, sus dientes blancos, su cuello algo largo y refinado, sus senos pequeños, su cintura marcada. Sus caderas son un poco anchas, pero no están mal. Tiene poco pelo en el pubis, quizás se depila con frecuencia. La piel de sus piernas está un poco seca porque como yo pienso, hay algunos días en que todas las mujeres detestan echarse crema todos los días. De pronto abre los ojos y se levanta. Va a un lugar que parece ser la cocina. Ha regresado con un cuchillo en la mano. Vuelve a sentarse sobre su alfombra aunque esta vez olvida la flor de loto. Araña la alfombra con las manos, luego el cuchillo desgarra la alfombra con una pasada, luego dos, después tres, en seguida cuatro hasta transformarla en una maraña de lana y quizás que material más. Ella se ha transformado en fiera y, en lo que intuyo un estado de desesperación, deja todo botado y sale al balcón a gritar, a aullar, mientras me queda mirando fijo. Me descubre. Me ha descubierto. Y al ver que no me muevo me grita: “La próxima vez que me sapees voy a llamar a los pacos”. Solapadamente la seguí espiando sin que se diera cuenta. Era mi ritual de dos veces a la semana. De pronto, me dí cuenta que no vivía sola. Tenía un marido, dos hijos, un pequeño gato y le gustaba tejer durante las tardes. Una vez coincidimos en nuestros respectivos balcones. Yo fumaba, ella bebía una taza de té. Nos miramos fijamente. No me dijo nada. Nos seguíamos mirando fijo. Luego, al parecer sonó el citófono y abrió la puerta. Fui a buscar los largavista. Era un hombre que no era su marido. No cerró las cortinas. Empezaron a besarse, yo seguía mirándolos, en una ella me mira y me guiña un ojo. Creo que era mejor una taza de café.

Frase

Yo no soy una perra. Soy una loba. Solitaria, pero lista para cazarte. Me tocas con tal cuidado, que sé que te da miedo mi piel.

Tu boca

Tu boca no es para besar. Tu boca es para morder.Tu boca la muerdo, me muerde tu boca.Me duele mi boca, te duele la tuya.Me sangra mi boca, te sangro la tuya.Absorbo tu boca, tu boca me absorbe.Al final de cuentas todo termina siempre de la misma manera.

Pienso

Quiero un panqueque de chocolate con una bola de helado de vainilla y salsa de frambuesa. Que estés en frente mío y yo te dé de mi cuchara sin que digas que el chocolate te indispone, que el helado de vainilla te da dolor de cabeza, que la salsa de frambuesa te hace mal. Nada de excusas, pienso, mientras después de ver los postres decides pedir lo mismo de siempre, un schop. Y yo, pido un schop también. Terminamos bebiendo y riéndonos mientras pienso que en realidad no era un día para panqueques de chocolate.

Infancia

Me subo a la mesa, mi mamá me reta, yo la reto a ella. Mi mamá me pega, yo le pego a ella. Mi mamá me grita, yo le grito a ella. Mi mamá me deja, yo la dejo a ella. Mi mamá se va. Yo me he quedado sola. Mis amigos imaginarios aparecen por todas partes. Me sonríen. Me cantan: “Tu mamá te reta, tu mamá te pega, tu mamá te grita, tu mamá te deja”. Termino cantando con ellos. Y me doy cuenta que de verdad estoy sola. Mi cabeza inventó una canción en la que odio a mi mamá.

Vedette

Una peluca falsa. Rubia. Otra peluca falsa. Rosada. Nada en los senos, y para abajo un diminuto calzón rosado. Salgo con la peluca rubia. Me sostienen enormes zapatos plateados. Me arrastro por el suelo. Me duele la cabeza. Me tiran billetes de diez lucas. Pienso que esto es una porquería. Me contorneo en el suelo. Un viejo verde se toca las bolas. Yo saco la lengua y me la paso por la boca. Desperdicio de tiempo para el viejo de las bolas. Me paro triunfal. Pienso en mi cama. Me saco la cresta. El guardia me para. Me echa una pastilla en la boca y sigo cantando y bailando.Mañana me tocará la peluca rosada. Larga hasta abajo de la cintura. Mañana es sábado, después iré a bailar. En otra parte, con otras gentes, donde nadie me conozca ni de nombre.

Lo que dijo un escorpión que cayó a un acuario

Me mataría con fuego, pero el agua se me adelantó. No me sirve ni el veneno de mi puta cola.

Yo no soy la dulce

Me gusta la risa. Me gusta llorar a escondidas.

Me gusta la rabia. Me gusta golpear paredes hasta hacer sangrar mis nudillos.

Me gusta la materia. He comido donas con un sabor desagradable.

Me gustan los ruidos. He apagado las luces de la habitación.

Me gustan los monos animados. Me gustan las sábanas manchadas con sangre.

Me gustan los peinados. Detesto a los nazis.

Me agrada el atardecer. Un amanecer ebria es aún más agradable.

Me gustan los hombres. Me gusta desearlos hasta que me quieran matar.

Me gusta el atún. Más aún un pescado con queso.

Me gusta el desequilibrio. Si es mental es mejor.

Me gusta el Che Guevara. A veces su boina la detesto.

Me gusta todo eso. A veces, no me gusta nada.

Si nada me gusta, mando todo a la mierda.

Cuando todo se va a la mierda, a veces suele gustarme.

Y eso, de estar sola, suele gustarme más que un pedazo de papel sin escribirse.

Que una foto sin revelarse.

Que una comida sin comerse.

Que un vino sin tomarse.

Que una ventana sin romperse.

Que una sábana sin mancharse.

Que un vestido sin planchar.

Que un té sin diluir.

Que un medicamento sin intoxicar.

Me gusta todo eso.

Me gusta la provocación de los objetos.

Los objetos me provocan, me gustan, me desean a mí.

Yo los deseo a ellos. Me vuelvo fetiche con ellos. Los desgarro.

Eso es lo que deseo. Objetos que me desean. Ellos a veces me hablan.

Mentalmente, claro, me dicen cosas como si me las dijeran al oído.

Una pistola me habló una vez.

Me dijo que yo era inconmensurable.

No tengo medida, me dije a mí misma.

Entonces, agarré la pistola, la limpié y la coloqué al frente de mi cama.

Así, podría verme el tiempo que quisiera.

Sin que yo la toque.

No la tocaría.

Nada.

Sería tan asqueroso como ver a un gordo luchador de sumo.

No sólo a él, el gordo, sino a él chupándole los pies a una cabaretera.

El espejo

Completamente desnudo, el cuerpo de la anciana Clara se observaba en el espejo con parsimonia. La misma lentitud con la que sus lágrimas caían por sus mejillas al observar las arrugas y el desgaste de la cabeza a los pies. Luego de mirarse con detalle, se colocó su vieja y raída enagua, se calzó las pantuflas y con estupor comprobó que acababa de morir en la enorme cama de fierro forjado. “He muerto”, fue lo que dijo al momento que abandonaba la habitación para irse a penar por su casa, ahora vacía.

Una madre muerta

He odiado los funerales desde siempre. Ese ritual tosco, lleno de lágrimas, que parece unir a todos los que asisten por un hilo rojo invisible que los ata de los dedos gordos de los pies hasta la lengua. No hablen. Nadie habla en los entierros. Todos callan. Todos caminan. Todos son zombies y ahí, en el medio de todo, yo que estoy en la última fila, observo el cuerpo de una madre muerta. Una madre, que está con los ojos cerrados y su cara sonriente. Una madre, que siento que me guiña un ojo a la distancia. Una madre, que con su cuerpo inmóvil parece estar viva, más viva que antes. Todos lloran, todos caminan, todos comienzan a hablar estupideces. Ha terminado el entierro y me he servido whisky. Doble, sin hielo, en un vaso transparente. Ahora veo la cara de una madre detrás del vaso y mientras todos hablan de lo que ella fue en vida, se me acerca, me habla al oído y me dice que debo quedarme quietecita, en silencio, sin decir nada. Cuando ella habla, me siento pequeña, diminuta, cada vez más hundida en el mullido sillón en que me encuentro. Ha llegado la hora de lavar toda la ropa, de colocarla en detergente, dejarla remojando y esperar media hora para sacar la mugre, fregar y fregar, hasta que los dedos de las manos queden secos. Así lo hago, como lo haría una madre muerta.

He despertado y mi madre está a mi lado. Me abraza y me dice que no llore, que todo ha sido un sueño. Trato de moverme y no puedo. Me destapo y observo que los dedos gordos de mis pies están unidos por un delgado hilo rojo. Un hilo rojo que llega hasta la lengua y me impide gritar.

Perros en la sopa

No habían moscas. Eran perros. Perros diminutos de todas las razas y colores. Perros peludos y pelados, perros con patas y sin ellas. Sucedió un día que me tomé la sopa y los pelos de todos ellos se me atragantaron en la garganta. Claro, como son perros diminutos se me olvidó colar la sopa antes de beberla. A veces, cuando me tomaba la sopa, escuchaba pequeños ladridos, casi inaudibles, de estos pequeños y cuasi insignificantes perros. Otras, los agarraba con los dientes y los mordía lentamente. Su sabor era a salsa de tomate en algunos y a hierba seca en otros. Igual me tomaba la sopa. No podía jugar a mentir sobre la necesidad que tiene mi cuerpo de alimentarse. Un día, la sopa no tuvo ningún sabor. Simplemente era agua, pero ahora, al tragármela, sentí que unos huesos casi invisibles se me quedaban pegados en la boca. Los escupí y decidí que ya era tiempo de imaginarme otra cosa en esa sopa sin sabor.

Amnesia

A veces olvido mi nombre. A veces olvido vestirme. Olvido mis sueños, olvido tomarme la taza de café del desayuno. A veces, me olvido de pensar en tí, me olvido del color de los árboles, del sabor del chocolate. Olvido mi edad, mi fecha de nacimiento, mi lugar de origen. A veces olvido que no te tengo, olvido que estás ahí, olvido que duermes conmigo. Olvido que estás deshecho, olvido que me deshago. Olvido intermitencias, señales, sonidos. Olvido todo. Olvido que estoy en una bruma de olvido. Olvido despechos, alimentos, caminos. Olvido huellas, números de teléfono, marcas de ropa, registros de sangre. Olvido pérdidas, desencuentros, alimañas. Olvido rutinas, olvido formas de ser, olvido hilos. Olvido colores, olores, esencias. A veces, la mayoría de las veces, me olvido de mí.

15.7.09

Decadentemente arribistamente lunáticamente

Cada día me siento
más imperfecta, más irremediable, más caída, más loca, más corrupta, más quebrada, más atada a mi alma,



lo que me eleva a la perfección, al remedio, a la subida, a la cordura, a la transparencia, a la plenitud de mí, en mí y para mí.

1.7.09

El sobre

Anoche escribí una carta. Una larga carta. Tiene diez hojas escritas en computador a un espacio y la letra tamaño 10. Pensé que esa carta podría convertirse en un cuento pero no le daba para eso. Era una simple carta. No sé si te la mande. Tal vez la guarde y más adelante esté feliz mandándola. Es una carta atemporal. Esa carta relata con lujo de detalles las estupideces que una mujer puede hacer para conquistar a un hombre. Ahora necesito encontrar un sobre que mida cinco centímetros de largo por tres de ancho. Nadie gasta tanto papel en una cosa así. De eso estoy segura.

Huevo revuelto

Aceite de oliva. Dolor de cabeza. Dos huevos en su respectiva cáscara. Color de hormiga. Un poco de orégano y sal para el gusto. Dolor de guata. La sartén impecable. Cólicos y más cólicos. Coloco el aceite. Tengo que ir al baño. Vuelvo y echo los huevos. Tengo que volver a ir al baño. Vuelvo, me como los huevos y parto al baño a vomitar. Tengo que estar embarazada, nadie en su sano juicio le tiene asco a un par de huevos revueltos con orégano y sal.

Cortado

La carne estaba dura aún. Congelada en la parte menos fría del refrigerador. Había que esperar que se descongelara para saber lo que hay adentro. Yo ya sabía lo que era. Las partes del ratón muerto que encontramos en el patio. Había que mantenerlo conservado. No es muy divertido intoxicarse con un ratón.

Amigas y rivales

Ella no es mi amiga. Es una buena persona, pero no. Simplemente siento que no podemos ser amigas porque nos gusta el mismo hombre. Y aunque a veces la mire y diga que es buena persona, su presencia delante del tipo que me agrada me molesta profundamente. Disimulo. Me río. No soporto verla a ella al lado de él. El no me importa, sé que no siente nada. Pero a ella me dan ganas de borrarla con una goma. Sólo en ese momento. Sólo en ese preciso momento. Lo peor es que a ella se le nota. Y mucho. A mí también. La única diferencia es que nosotros dos no protagonizamos ninguna película violenta que traspasara la fantasía. O sea algunas películas sí, pero nada de una envergadura tal que pudiéramos terminar juntos. Podríamos protagonizar una película erótica, una de acción, otra de suspenso. ¡Un musical a lo Moulin Rouge! O mejor, una de homicidios. Yo sería la asesina en serie y él el detective, como Brad Pitt en Seven. No. Lo siento, no podemos ser amigas. Es una buena persona, pero no. Simplemente siento que no podemos ser amigas porque nos gusta el mismo hombre.

MANTRA

Me metí en tu sueño y vomité. Vomité todo lo que tenía que vomitarte. No hiciste nada. Sólo te bañabas en una tina que estaba en tu departamento que no era tu departamento, porque en tu departameno no hay una puerta de vidrio que oculta tu forma ante el que está sentado en el WC. En tu departamento hay una cortina de baño, no una puerta de vidrio, insistía, pero tú te lavabas el pelo con un sofisticado shampoo carísimo, de marca, que alguien te recomendó alguna vez. Quise asestarte un atornillador en el cráneo, pero en vez de eso observé pacientemente cómo te bañabas. Pregunté si estabas muy sucio y me dijiste que siempre estabas sucio. Me reí. Tú no te reíste. Me acordé de la pistola que guardabas en el estanque de la taza del WC. Me puse a pensar en el tiempo que llevaba en no hacerme la manicure. Tal vez debería sacar la pistola, pensé, mientras tu brazo se asomó delante de la puerta de vidrio para sacar la toalla. Y acá estoy encima de tu cama, en el departamento en que vives mientras me apuntas con una pistola que gotea sobre mi cara y yo confundo las gotas de agua con el llanto y tú te ríes y me dices que no llore, que la pistola es de mentira, que tengo que estar tranquila, entonces te quito la pistola y vuelvo al departamento que no es tu departamento, te asesto un balazo en la cabeza, luego otro, y otro, y otro mientras cuando estoy en la cama, me llenas a besos, te respondo y tú trajinas mi cartera porque piensas que no miro, cuando en realidad me doy cuenta de todo, y encuentras un porro de marihuana y nos fumamos el porro, cuando de repente estoy en el baño que tiene la puerta de vidrio y esa puerta está toda ensangrentada y yo tratando de escaparme por la ventana, que es la misma ventana por la que miro el anochecer de la ciudad completamente drogada.

Triángulo

Chica busca chico

Chico busca chico

Chico sueña con chica

Chica sueña con chico

Chico desea a chica

Chico desea a chico

Chica desea a chico

Chico se esconde en chico

¿Cómo cresta se resuelve esto con las leyes de la geometría?

Repetición

Pulsa play en vez de colocar rewind cada vez

Pareciera que te gustan sólo los comienzos

Al avanzar a veces apretas pause

Y lo dejas presionado el tiempo que te place

Y si yo apreto el play

Avanzas en una velocidad demasiado lenta

De repente deberíamos poner fast forward

A ver si lo que viene te gusta más

Nada de pause ni stop

Una vez sacaste el cassette

Te olvidaste de mí

Pero lo recuperé antes que botaras la cinta

Lo que hace un lápiz bic, no?

Entonces te digo: Pulsa play en vez de colocar rewind cada vez

Pareciera que te gustan sólo los comienzos

Eres un adicto al pause

Tu vida siempre parece estar en pause

Nieve

Me regalaste un vestido de aluminio. Es un vestido largo, que me tapa los dedos de los pies. Es frío y me molesta al tenerlo puesto. Me lo mandaste de regalo en un gélido día de invierno, en que llovía en la cordillera y en mi casa nevaba como si se fuera a acabar el mundo. Era como una historia al revés, como si en vez de nevar tenía que llover y viceversa. Salí a caminar con el vestido puesto por las cuadras de mi casa. No me puse zapatos, ya que supuse que el frío sería tan intenso que me adormecería los pies y pronto dejaría de sentirlos. Con mi pelo muy corto y los labios pintados de rojo seguí dando vueltas en torno a mi casa. Ví una rama con unas hojas secas. Me las puse como pude en mi pelo y seguí mi camino. La gente me miraba como si estuviera loca. Se han olvidado que la locura es parte de mi vida. Llegué al paradero y esperé que pasara la micro. Le dije al micrero que la tarjeta bip se me había extraviado. No le importó, pues al verme con tu vestido puesto dijo que parecía una alucinación, de esas que le pasan cuando ha trabajado demasiado. Me fui con él adelante, en el asiento del copiloto. Compartimos más de un cigarro. Cuando llegué a la Escuela Militar me despedí de él con un beso en la mejilla. Aún recuerdo lo atontada de su cara. Fui hacia el metro y mucha gente se rió de mí. Algún estúpido buscaba una cámara de televisión. Le grité que esto no era un reality. Me dí cuenta que el aluminio ya no me enfriaba, sino que al contrario, estaba sudando a mares. Me bajé en la Estación Baquedano. Más mirones de la puta madre, que se jodan, pensé para mis adentros. Caminé las cuadras que faltan para llegar a tu casa, que no son muchas, pero que fueron suficientes para que mis pies perdieran la sensibilidad. Llegué a la esquina de tu edificio. Me conseguí un cigarro y lo prendí antes de entrar. El conserje me preguntó si no tenía frío, yo le dije “sí, mucho, pero no me importa, estoy condenadamente feliz”. Y subí las escaleras de par en par, saltando como un conejo enardecido porque ha llegado la hora de su zanahoria. Golpeé a tu puerta. Me abriste. Estabas en pijama. Sonreíste. Yo también sonreí. Me besaste y te respondí el beso. Nos preparamos chocolate caliente y nos fuimos a tu enorme cama. Dormimos toda la tarde, abrazados. Cuando desperté, el vestido se había roto y me dí cuenta que se me había olvidado ponerme calzones.

Tus manos

Las olas golpeaban el acantilado con fuerza. Eran olas enormes en una playa abandonada. Llegamos por casualidad, de tanto querer escapar del ruido de la ciudad. De pronto, me sentí sola y te lo dije. Me abrazaste por los hombros. En realidad lo que yo quería era sentir tus manos en las mías. Manos nudosas y peludas que me recuerdan las patas de un lobito. Manos enormes y protectoras que me recuerdan a mi abuelo. Manos grandes y tibias, que tienen un cierto perfume a perversión. Manos así. Manos de hombre. Manos suaves y cálidas, como una tarde de verano. Te pido que tomes mi mano y la agarres firme, que nos tiremos al precipicio. Estuve averiguando y el agua es lo suficientemente profunda como para no permitirnos morir.

Al otro lado del vidrio

Tú aguantabas el aire mientras yo había adquirido la capacidad de tolerar más minutos de mi respiración hasta el punto de acostumbrar mis pulmones a estar bajo el agua cada vez más tiempo, sin necesidad de salir a la superficie. Estábamos separados por un vidrio dentro de un enorme cubo que a su vez, tenía una pared de vidrio que marcaba el límite entre nosotros dos. Alguna vez tratamos de romperlo, pero fue imposible. Yo me había transformado en sirena y veía tu débil cuerpo una y otra vez aguantar el aire que quedaba para llenar de fuerzas tu cuerpo y salir hacia arriba cual pejesapo. Hasta que decidí que era mejor salvarte. Salté rápidamente a riesgo de perder mi cola y la vida al mismo tiempo. Me pasé al otro lado. Te abracé y besé en la boca. Era la única forma de mantenerte vivo y junto a mí.