11.1.11

El Ojo

De un orzuelo, a una masa enorme de carne muerta, que nacía del lacrimal y me envolvía toda la órbita violentamente hasta bajar por las mejillas, el cuello y parar en mis senos. El doctor que la vió dijo que había que sacarla con una aguja sin anestesia y yo estaba desesperada por lo que asentí sin decirle nada. Y vamos sacando la carne muerta sin dañar el ojo. Era enorme, era un enorme pedazo de carne cruda nacido de un lacrimal.

Ella

La conozco y sé que ella me conoce. Nunca hemos cruzado palabra. Bueno sí, pero hace mucho tiempo, en un momento del que no vale la pena hablar. Ella estaba en una cama de bronce, de esas camas viejas, con catres de lana. Ella lee un libro de Neruda. Parece que son los Cien poemas de amor. Ella está enferma, en cama. Lleva puestos unos lentes oscuros enormes. Está flaca, pálida, demacrada. Ella me habla. Me dice que pagó.Me confirma que pagó para separarnos hace unos ocho años aproximadamente. Me dice que pagó como cien mil pesos, pero que eso valió la pena. Yo le pregunto para qué y me dice que ella sabía que tenía que tenerlo a él como el padre de sus hijos, que había tenido anteriormente una relación de la que no había salido bien y se había enamorado de ese hombre. También me dijo en sueños que lo engañaba, que en el fondo estaba enganchada de un tipo que no me acuerdo bien. Pero que era sólo sexo. "Igual como tú con él", yo le decía que lo nuestro comenzó siendo puro sexo, pero que yo me enamoré y que en algún momento él también se enamoró de mí. "Ustedes estaban obsesionados" me contestó, yo le dije que quizás pudo haber sido obsesión, pero que al final de cuentas en algún momento nos amamos. Yo lo sigo amando, insistí. Ella se ponía a llorar y me decía que tenía dos hijos pequeños. ¿Estás enferma?, le pregunté. Y mis ojos se abrieron de paso a la realidad de la mañana.

3.1.11

Pélame

Yo sentía que cierto ser invisible se colocaba sobre mí y sacaba mi piel a pedacitos, pero sin dolor, para dejarme los músculos en carne viva y roerlos. Los roía como haciendo cosquillas mientras la sangre corría por entre el rojo y el blanco de la masa muscular. El dolor comenzó ahí, y era fuerte. Del uno al diez un once de dolor. Y sobreseía mi alma, mi cuerpo, mi todo, transformándome en un ser silente y callado. Hasta llegar a las costillas, donde sólo quedaba mi corazón iluminado. Era un cúmulo de huesos, pero el alma estaba viva y brillante, como un tesoro infinito. Así me quedé y ni los perros callejeros, que tanto roían mis huesos, se dieron cuenta de ello.