27.10.06

Estrategia de guerra

No es que me hayan dicho que no, pero me lo dieron a entender indirectamente. No soy tonta y entiendo las palabras. El problema es que soy tozuda, terca, cerrada y obstinada con mis objetivos. No me gusta que me den una respuesta negativa. Odio que me den la puerta en las narices. Odio que me rechacen. Y no tendría porqué. Pero afecta la cosa. Aunque se me pasará rápido ya que nunca pasó nada y eso fue lo mejor. Como sombras en medio de frondosos árboles. Y a la distancia, de lejos, sintiendo pasar su forma y su caminar de una manera demasiado imperceptible a veces. Casi como un gato de niebla.
Creo que será mejor esperar. Y luego volver con la arremetida. Y si viene a decirme en la cara que definitivamente nada conmigo, pues así será. Las mujeres aprendemos a perder y dignamente. Aunque nos pudramos por dentro.
Incluso cuando la rabia nos carcome, tal como los escorpiones en un círculo de fuego que cada vez se cierra más, pero que aún así prefiere sufrírsela toda antes de intentar salir. Así son los escorpiones y así me siento. Aguanto todo, menos un no como respuesta.
Me siento como un capitán en plena guerra, aunque sólo lucho contra mí. Y contra los molinos de viento, si es que algo de idealismo tiene la atracción por alguien en estos días. Lo peor es que no sé si algún día se hablará del tema, porque hasta el momento siento que hay afinidad, pero no sé si conexión.
Me encantaría ser valiente y decírselo en la cara, pero lamentablemente cuando alguien me gusta me disminuye el coeficiente intelectual a niveles exasperantes, casi mongólicos, con baba incluída. Y me dan gastritis crónicas en los momentos de soledad con él. ¿Qué hago?, voy a tener que inventar un grito de lucha y lanzarme al objetivo.

24.10.06

El lado de la cama

Siempre he dormido en el costado derecho. El lado izquierdo es para quien me acompañe. Sea la casualidad que sea, siempre he estado en la derecha aunque el corazón, claro está, se sitúa en la izquierda. Me gusta dormir acompañada y desnuda. Es incómodo el pijama cuando el calor de otro te acompaña. Hoy mi lado izquierdo está vacío, aunque de repente aparece alguien que lo ocupa. Me gustaría despertar acompañada.
La sensación de dormir con otro va más allá de lo meramente animal. Descansar de a dos lleva a tomarle la mano, a acariciarse con los pies, a pasar a tocar al otro con la intención de hacer cariño. Personalmente, me gusta que me toquen la parte alta de la espalda, en esos huesos de al medio, que forman un recoveco muy simpático. Me gusta que dejen los dedos ahí. Otra cosa que me agrada es que me hagan cariño en el pelo y si me tocan la nuca me quedo dormida plácidamente.
Necesito a alguien que ocupe mi lado izquierdo. No sé si en forma permanente, pero sí lo bastante seguido como para que yo lo acompañe también. Hay una canción de la Christina y los Subterráneos que interpreta muy bien lo que quiero de un hombre, se llama (buen título) "Alguien que cuide de mí":
Que en sus brazos me sienta una niña pequeña
Sonría, le mienta y se trague mis penas
Que sacuda mi cama como un animal
Y que por la mañana me de un poco más
Que no sea muy malo, que no sea muy bueno
Y si me hace regalos que no le cuesten dinero

CORO:
Alguien que cuide de mi
que quiera matarme
y se mate por mí
alguien que cuide de mí
que quiera matarme
y se mate por mí

Que no quiero mas chulos
que no traen un duro
Ni tíos muy feos con un gran empleo
Que no quiero borrachos ni locos de atar
Ningún mamarracho que me haga llorar
Ni chicos perdidos buscando a mamá
Ni tipos muy finos que luego te la dan

CORO:
Alguien que cuide de mi
que quiera matarme
y se mate por mí
alguien que cuide de mí
que quiera matarme
y se mate por mí

Que me lleve a la feria y luego a bailar
Le dejare ver mis medias
Para que corra detrás
Coro:
Alguien que cuide de mí
que quiera matarme
y se mate por mí
alguien que cuide de mí
que quiera matarme
y que se mate por mí.

22.10.06

La mudez de la conciencia

Ayer caminaba en silencio después de una opípara comida. Me gusta caminar sin decir nada, disfrutar del aire tibio del anochecer y no pensar en cosa alguna. Caminar, sentir el peso de mi cuerpo sobre mis pies, mientras la noche se cierne sobre la ciudad y la gente camina a pasitos con pequeños compases, con esos ritmos del fin de semana. Y no pensaba en nada. O pensaba en algo, pero no me acuerdo muy bien qué era.
Estaba ida. Con la mente en otra parte. Con la mente en silencio. Sentía el flujo de ciertas energías en mi cuerpo. Energías extrañas, sudores, pequeños recuerdos que se evanecían entre mis neuronas. Pequeñas cosas. Ya he hablado de las pequeñas cosas. Enormes cosas, pequeñas situaciones.
Y me sentía con el cuerpo cansado, casi adolorido. Pero estaba feliz. Siempre he pensado que los silencios son importantes en la vida y en el teatro. Los silencios, esas pausas que dan a entender que algo va a suceder o que algo se dijo. Las pausas contenidas, que dan la idea de cierto suspenso o de no saber lo que otros piensan en ese momento. Los instantes forzados, en que alguien quiere decir algo, pero no se atreve. O cuando más personas caminan y mantienen un silencio que es cómplice de sus propios cerebros. Y no pensaba en nada.
Hoy, al despertar, la mudez de mi conciencia se desplazó hacia mi cuerpo. Todos mis músculos estaban tensos, adoloridos, adormecidos al ser sometidos a un trabajo arduo ayer. Mis brazos parecen un colgador de ropa, mi estómago una tabla de planchar recién estirada y mis piernas, mucho dolor entre mis piernas, en la zona de la pelvis. Bajaron todos mis huesos, bajaron todas mis vértebras. Tengo un nuevo esqueleto en un cuerpo que no ha cambiado.
Quizás quería decir algo que a nadie en ese momento le interesaba escuchar. O quizás tampoco quería hablar. Solamente caminar, sentir mis pasos, tomar el metro, llegar al departamento, tomar mi auto y partir.
Anoche la luna estaba fresca. Y era una noche agradable. Una oscuridad con olor a flores.
Y no pensaba en nada.

20.10.06

Rojo

Hay un pequeño útero que está en mi cuerpo. Es mío y nadie me lo puede quitar. Late siempre, pero se retuerce cada 28 días. Sacrificio de dolor de mujer. Y no he parido aún por lo que ese dolor es lo único que me recuerda que soy hembra biológica. Y hembra mental también, llena de recovecos por dentro y por fuera.
Ahora mis recovecos están llenos de sangre. Están a punto de explotar. Y tienen mis ojos al borde de las lágrimas, casi cerrados de tanto dolor. Ese que comienza con una puntadita y que cada mes se cambia de ovario. Puedo sentir los latidos con una perfección casi inhumana en esos días. Y late con fuerza. Las venas que lo rodean se comprimen y se aflojan con una exactitud que da susto. Y mi piel adquiere tonalidades más tersas. Mi cuerpo expende otro olor. A veces es una esencia más fuerte. Los perros han llegado a perseguirme. Y me persiguen entre las piernas, como si fuera una perra. Les digo que ni lo sueñen, pero se los digo telepáticamente. No es divertido ver a una mujer hablando con los perros en medio de la calle. Possom, sé que me falta algo de cordura.
Y si terminan estos días seré feliz. En estos momentos me gustaría ser hombre, pero sólo biológicamente hablando. No sé si me acostumbraría. Podría volverme travesti incluso. No sé.
Si pudiera contarle mis fantasías a alguien al oído quizás se quedaría sordo.

19.10.06

Del no poder dormir antes de medianoche

Mis ojos están automatizados para cerrarse después del comienzo de la última hora del día. Ahí la energía se rinde, pero antes es imposible aunque mi cuerpo esté cansado. Creo que ambos están separados en su forma de actuar y sentir. Ahora tengo los ojos que se me caen con el peso de mis párpados y basta que me vaya a acostar para que se me pase el cansancio. Faltan poco menos de quince minutos para que mi efecto adormecedor sea efectivo.
Algo de rareza tienen que tener las (mis) costumbres humanas.

17.10.06

Olor a viejo

Tengo la nostalgia en la nariz. Me imagino en un viejo andén, rodeada de cartas amarillas, desgastadas por el tiempo, ansiosas por emprender el vuelo al viento, mientras mi recuerdo, mi memoria, se ata a ellas para no dejarlas partir. Y a lo lejos, el tren anuncia su llegada, para advertirme que la eternidad no existe, que la amnesia se hace presente, marca llagas, deja ruinas o recuerdos entrelazados en las neuronas desgastadas.
Y mis pies, desnudos y pequeños, llenos de callosidades que me espantan, se hacen un lugar en un camino que no existía, una vía que voy a formar con mis diminutos pasos, para marcar un retorno a un lugar que no existe. Y caen las hojas amarillas sobre mi cuerpo, dibujan mi figura, me marcan el contorno. Me siento llena de vida en estas letras muertas. Me siento cubierta de pequeños agujeros que se abren y se cierran, me hacen sudar, llorar, reír, con pequeños compases de mis grandes historias.
Y sigo acá, deseosa de mirarme en un enorme espejo, que me recuerde mis pasados y me lleve más cerca de mi pequeño mundo, más cerca de mis pequeñas cosas.

¿Qué mierdas me pasa?

Estoy convencida que mis ciclos hormonales me vuelven demasiado voluble a la vida, demasiado entregada a las emociones oscuras, los dolores de guata, los senos hinchados, la mente ida, las narices adoloridas. Y encima la primavera, que se cierne sobre mí como un terciopelo suavecito, pero a la vez asfixiante, que dan ganas de transformarlo en un tul liviano, como los pétalos de las flores, sin perfume alguno, sólo como pequeñas moléculas de pequeños aires comprimidos. Que explotan. Que se evaden. Que se fugan. Como yo y mi perversa mente.
El otro día -la otra noche- soñé que me casaba y que tenía un hijo con una persona que conozco. Me dio miedo, pero me gustó. Y no me casaba de blanco, sino de rojo, como quiero hacerlo hasta hoy. Con el pelo largo y un ramo de camelias en la mano. En el pelo no tenía corona, sino simplemente pétalos de rosas que sólo se afirmaban gracias a la magia de los sueños.No se caían, estaban imberbes sobre mi cabeza. No sé que me pasa. Me siento surrealista. Me gustaría tener un sentido de realidad potente en mi vida. Que alguien me tomara la mano y al mismo tiempo me dijera "yo te guiaré". Alguien que camine conmigo.
La cosa es que ando poniéndole frases de teleserie a todo. Si me siento mal, estoy perdida en una negra noche. Si algo es patético, me perdí en el veneno de tal persona. Si echo de menos a alguien, le echo la culpa a los celos, o a la falta de piel. O sea, puras frases al estilo de Luis Miguel, lo que no es malo, pero es patético. Pareciera que todas las canciones cebollas fueron creadas en el momento de éxtasis hormonal de las mujeres. Mejor debería meter la cabeza en el tacho de basuras como ese mono de Plaza Sésamo. Ni hablar de Barney, que es la tontera máxima. Me carga ese dinosaurio morado. Creo que incrementa la tontera en los niños y por eso me gustaría ser un poco Teletubbie. O Barbie incluso, aunque con más CI (es como obvio, nadie aguanta la estupidez del color rosado).
Y me ha comenzado a doler la cabeza. Otro síntoma de esos días. No quiero. Renuncio a ser mujer (no a la exquisitez de mi cuerpo, porque eso es impagable) pero sí a esos estados nauseabundos de sonambulismo despierto, en que mi mente está en cualquier parte, menos en la tierra. Y en el cielo tampoco. ¿Será por eso que los hombres viven más días de furia que nosotras? Prefiero sentirme burbuja.

16.10.06

¿Será miedo?

Dije que no me iba a fijar en tus ojos
Dije que no iba a mirar tu cuerpo
Dije que mi cerebro no se iba a conectar con el tuyo
Pensé que el amor equivocado no se iba a cruzar 
Y lo hizo
De nuevo
No quiero repetir las mismas frustraciones 
¿Tendré pánico a tus ojos?
Quizás son tus labios que se clavarán como estacas
Y tu piel me cubrirá como un manto de asbesto
¿O no?
Si algo sucede pido que tus ojos sean inocentes
Que tus labios sacien sed sin veneno
Y que tu piel esté sobre mi piel como un rayo de sol

12.10.06

Horas líquidas de octubre

El agua cayó del cielo toda la noche. Lloró como un lamento de amantes, lentamente dejando caer sus lágrimas sobre los cerros y las flores amarillas. No hubo gritos, desbordes ni desesperación, aunque en mi cama las huellas de un dormir inquieto quedaron marcadas. Se me desarmaron las sábanas y tuve que recoger el plumón hacia mi cuerpo varias veces al amanecer. Las horas se me pasaron demorosas, pero tuve que despertar de una vez. El cielo gris me anunciaba que quizás podría volver a llover durante el día.
Me gusta la lluvia de los silencios, esa que limpia el alma de los hombres y las mujeres por dentro y por fuera. Me gusta la lluvia que anuncia calma, tranquilidad y pureza de conciencia. Me gusta esa lluvia en la que se podría caminar casi a pies pelados, sintiendo la humedad y el barro sublime entre los dedos. Frío, pero sublime, no ese barro tosco que inunda todo y te impide caminar.
La lluvia de hoy me ha puesto melancólica, pero no meditabunda. Me ha dado anhelo de calor y me ha hecho recogerme ante mis pies. Me ha puesto la mente en blanco y siento que podría subir al cerro más alto a observar como las nubes lloran sobre la ciudad. Tendería la mano para sentir la humedad del cielo, que a veces se parece a la humedad de las mujeres cuando abren las piernas.
La piscina está sucia, pero ha caído más agua. Hay unas manchas fangosas en sus paredes verdes. Aún así, es bello observar el rebote de tímidas gotas en la superficie líquida. Y palpar su movimiento ondulante, que se pierde de un segundo a otro, como las lágrimas inconscientes. Podría meterme toda vestida y sentir la pesadez de mis ropas luego de ser penetradas por el agua. Me tirarían al fondo y haría más fuerza con mis piernas para salir al exterior. O quizás no. Quizás me quedaría un rato en el fondo, sintiendo el aire que sale de mi nariz. Hasta que se cerraran. Y tendría que volver al exterior pues no soy pez para sobrevivir de ese modo.
Y las nubes están un poco más negras. Un poco más bajas. Un poco más mareadas que hace unos instantes. Y las gotas de agua aparecen y desaparecen, como la primavera veleidosa, que regala momentos de frío y calor. El agua marca el cuerpo, te devuelve el alma al cuerpo. Te retorna la vibra líquida, esa que desequilibra y te recuerda el inicio del mar.
Todos nacimos del mar. Utero salado otorga natura, nutre célula recién nacida.

11.10.06

La vida es una cebolla

Debo reconocer que soy una adicta a las teleseries. No me las pierdo, aunque reconozco que el zapping también es santo de mi devoción. Ayer ví el último capítulo de Cómplices y hoy veré el primer capítulo de Floribella. Obvio que no las veo completas, pero al menos sé de qué se tratan, elijo algunos personajes que me gustan, sigo la historia y veo los capítulos relevantes del comienzo, el medio y el final, obvio.
Creo que me gustan porque escapo de la vida real, porque me gusta el drama aunque sea barato y porque creo que el lado de la entretención puede tener su enfoque kitsch.
Siempre recuerdo que llegaba del colegio como a las 2 de la tarde a almorzar, y mi nana se sentaba al lado y aprovechábamos de ver la teleserie venezolana/mexicana del momento. Me contaba quien era el galán y me hacía un resumen de la teleserie mientras me tragaba las lentejas, los porotos o el guiso de acelgas.
Yo me recuerdo quedar pegada en la pantalla, devorando la comida muy despacio, mientras mi nana me describía asesinatos, separaciones, los ricos, los pobres, el robo de guaguas y no sé cuantos dramas. Y me gustaba escucharla. Las teleseries que más recuerdo son Abigail, Amarte es mi pecado, Alcanzar una estrella con la Yuri y el Ricky Martin, La Madrastra, La Torre 10, Marta a las 8, Los Títeres, Adrenalina, Fuera de control y varias otras. Obviamente que mi madre no sabía de esta mala educación. Muchas veces veñia las cuatro teleseries que daban en la hora después de las 2.
Hasta ahora me gusta ver teleseries porque me relajo y pienso en otras cosas. O mejor dicho en nada, porque la televisión te dirige los ojos y te hipnotiza el cerebro. Es bueno estar así un rato. Claro que lo único malo de estas cebollas es que te hacen pensar que el fucking príncipe azul existe. Que está por ahí escondido. Al menos eso está en el inconsciente colectivo de las mujeres. De las viejas y las jóvenes. Me cargan los príncipes azules. Prefiero a los tipos normales, que se equivocan, pero que cuando quieren estar contigo te responden.

9.10.06

El día después

El domingo dormí todo el día. Mucho sueño. Mucha descarga de tensión después de la espera para la muestra de Bodas de Sangre. Me sentí muy bien, pero mi personaje se escapó, se me fue de las manos, me dejó sola, botada en un rincón mientras él se apoderaba del escenario y yo luchaba por contenerlo. Al final lo dejé ir. Hasta la maldije por llorar tanto. Pero no importa.
Un personaje siempre muere, se desprende de tí, se transforma en alma -si es que se transforma en algo- y se va, se va de verdad. Desaparece, deja de existir, a no ser que lo llames para que vuelva a estar en tí. Me dio pena que la suegra se fuera. Me dio pena, que con tanta fortaleza, sometimiento, tristeza, se despojara de su ser para salir corriendo a la nada.
A veces pienso que quizás ella fue la que se escapó de mí. A lo mejor me tuvo miedo. O tal vez yo quería que se fuera luego, porque no me gusta que me posean (de esa forma, si se entiende). En algún momento sentí que me desdoblaba, que dejaba de ser la Andrea para convertirme en esta señora que me pareció muy odiosa la primera vez que la leí. Y la segunda también. Harto tiempo costó para que me acostumbrara a ella. Y después la adoré.
Esa es la magia del teatro. Vivir otras vidas que no existen, que las creas dentro de tí, las proyectas y después tienes que abandonarla. Abandonar cuesta, abandonar es muy difícil. Para todos es difícil dejar ir a algo o alguien. A ese nivel de pérdida está el dejar un personaje. Un nivel que cuesta dejar o soltar. Es como escribir una carta, guardarla durante mucho tiempo y al final quemarla para que las cenizas se las lleve el viento y el mar. Pero el recuerdo queda.
Quizás cuántos personajes han sido abandonados por los actores. Son miles de almas en pena que andan rondando por ahí. Quizás por eso en la mente uno repite el texto y los movimientos una y otra vez. Como si quisiera volver a tenerlos de nuevo y que la emoción se repitiera. Pero, eso no va a pasar más. Aunque en un tiempo más llegará otro personaje, tomará vida dentro de mí y el ciclo volverá a repetirse.
Estoy convencida que los finales felices son muy pocos. Algunos presumen ser felices pero no lo son. La vida está hecha de instantes de felicidad. La gracia está en saber aprovecharlos, en deglutirlos, consumirlos, saborearlos, catarlos, darle su lugar en el cerebro. Ese nivel de recuerdo. Y ahora la suegra está en la memoria. Y quizás dando vueltas por ahí, maldiciéndome por haberla dejado ir. Aunque siempre la recordaré. Nunca olvido a ninguno de mis personajes.

Vidas pasadas



Me siento cortesana del sigo XVI. Mujer pública desarmada entre corsés de metal y largos pliegues de gruesas sábanas. La cortesana del marqués. Una mujer que 5 siglos después se reconoce en fotografías de color sepia, que muestran los pedazos que más le agradan de sí misma.

5.10.06

Vil envidia

Me carga la gente que desea ser, tener o hacer lo que los otros tienen la capacidad de ser, tener o hacer porque es intrínseco a su persona o a su vida. Me carga la gente que es capaz de sentirlo y demostrarlo a viva voz o subrepticiamente.
Es la generación de anticuerpos. 
La maldita generación de anticuerpos. 
Y ante ello, mejor sigo digna. Yo soy como soy. 

Yo pájara ave volando en la noche

Quise ser pájaro
Quise comer de la luna
Quise volar con mis brazos
Quise ser Icara desposeída
Pero no puedo ser pájaro
No puedo comer de la luna
No puedo volar con mis brazos
Soy Icara desposeída
Y sin embargo pienso como Juan Salvador Gaviota
Y sin embargo sé que algún día podré comer de la luna
Y sin embargo podré convertir mis brazos en alas
Y sin embargo seguiré siendo Icara desposeída
Pero con la mente llena de pájaros volando
Pero con la mente libre de nidos
Pero con la mente mía privada y etérea
Esa mente que nadie abre
Esa mente que todo cierra con la inconsciencia

2.10.06

El paraíso bajó a la tierra

O mejor dicho el infierno con todo su calor y su fuego, con tanta piel acumulada, sudor y ciertas palabras innombrables dichas al oído. En algún momento sentí que la tierra se derretía, entraba en mí y el deseo era capaz de derretir un chocolate en mi cuerpo. Y él, siempre así, tan ardiente por dentro y por fuera, en la misma dimensión mía, que en algún momento explotamos sin darnos cuenta.
Y lo sentí, más potente que nunca, dominándome como si fuera una fiera, mientras él en algún momento fue dominado por mí, hasta que quedamos los dos iguales, satisfechos, henchidos, con una cara de felicidad y placidez que hace mucho tiempo no podía sentir con calma. Con tiempo, en sábanas blancas cubiertas de un cubrecama escarlata que resultó acorde a lo que sentíamos.
Y eso escondido, que sale a la luz pocas veces, fue lo que me hizo sentir feliz. Todavía estoy feliz. Muerta, pero feliz, con una energía que me irradia. Por Dios que me cambia la cara, hasta mis ojos brillan solitos. Creo que es su magnetismo sobre mí lo que hace que el mundo se ponga de cabeza, que el sol se esconda, la luna explote en mil palomas o que el café se derrame sin obstáculo alguno en cualquier terreno baldío, y lo inunde todo, lo cubra todo. Porque hay silencios, pero son silencios que se respetan. Ni bajo pena de muerte rompería esa promesa.
Y cuando digo que ni bajo pena de muerte, me imagino en una sala oscura, maloliente, en el subterráneo de un edificio abandonado, en el que un hombre o una mujer me preguntan por lo que siento por este hombre, me muestran pruebas, me amedrentan, pero cierro mi boca. Sé que haría lo mismo. Insisto, ni bajo pena de muerte. Y sé que ambos podemos confiar el uno en el otro. Jamás se delata a un cómplice.
Y así, con esa complicidad que sólo yo y él podemos tener, fue mi primer día de octubre. Quizás la resaca del día anterior con mi partner Rocío y sus secuaces me hizo ver todo distinto. Pero sentí las luces de colores.
Digan que a las mujeres le gustan las novelas porque son mujeres. No lo niego. Es parte de la fantasía, pero más allá de eso, es convertir la fantasía en piel, en realidad, en sudor, en encuentros y complicidades que muy pocos tienen a ese nivel. Me considero una afortunada. Y sé que él también.