9.10.06

El día después

El domingo dormí todo el día. Mucho sueño. Mucha descarga de tensión después de la espera para la muestra de Bodas de Sangre. Me sentí muy bien, pero mi personaje se escapó, se me fue de las manos, me dejó sola, botada en un rincón mientras él se apoderaba del escenario y yo luchaba por contenerlo. Al final lo dejé ir. Hasta la maldije por llorar tanto. Pero no importa.
Un personaje siempre muere, se desprende de tí, se transforma en alma -si es que se transforma en algo- y se va, se va de verdad. Desaparece, deja de existir, a no ser que lo llames para que vuelva a estar en tí. Me dio pena que la suegra se fuera. Me dio pena, que con tanta fortaleza, sometimiento, tristeza, se despojara de su ser para salir corriendo a la nada.
A veces pienso que quizás ella fue la que se escapó de mí. A lo mejor me tuvo miedo. O tal vez yo quería que se fuera luego, porque no me gusta que me posean (de esa forma, si se entiende). En algún momento sentí que me desdoblaba, que dejaba de ser la Andrea para convertirme en esta señora que me pareció muy odiosa la primera vez que la leí. Y la segunda también. Harto tiempo costó para que me acostumbrara a ella. Y después la adoré.
Esa es la magia del teatro. Vivir otras vidas que no existen, que las creas dentro de tí, las proyectas y después tienes que abandonarla. Abandonar cuesta, abandonar es muy difícil. Para todos es difícil dejar ir a algo o alguien. A ese nivel de pérdida está el dejar un personaje. Un nivel que cuesta dejar o soltar. Es como escribir una carta, guardarla durante mucho tiempo y al final quemarla para que las cenizas se las lleve el viento y el mar. Pero el recuerdo queda.
Quizás cuántos personajes han sido abandonados por los actores. Son miles de almas en pena que andan rondando por ahí. Quizás por eso en la mente uno repite el texto y los movimientos una y otra vez. Como si quisiera volver a tenerlos de nuevo y que la emoción se repitiera. Pero, eso no va a pasar más. Aunque en un tiempo más llegará otro personaje, tomará vida dentro de mí y el ciclo volverá a repetirse.
Estoy convencida que los finales felices son muy pocos. Algunos presumen ser felices pero no lo son. La vida está hecha de instantes de felicidad. La gracia está en saber aprovecharlos, en deglutirlos, consumirlos, saborearlos, catarlos, darle su lugar en el cerebro. Ese nivel de recuerdo. Y ahora la suegra está en la memoria. Y quizás dando vueltas por ahí, maldiciéndome por haberla dejado ir. Aunque siempre la recordaré. Nunca olvido a ninguno de mis personajes.

1 comentario:

Mar dijo...

El teatro tiene esa magia, el poder desdoblarse y ser otro... o encontrar partes de ti k ni sikiera te imaginabas k existían.
Saludos. Te leo.