9.9.10

Cuerpo cortado

Yo amaba la sinceridad del cuerpo cortado. La necesidad de darlo por quebrado. La necesidad del cuerpo en éxtasis. Rodando por el suelo entregado a sí mismo, enredado en sí mismo. ¿Así mismo? quizás entregado a la nada, al ser, al cuerpo siendo, al ser del cuerpo. Yo amaba la necesidad de romper mi cuerpo, de sentirlo débil, entregado a otra estructura mayor que a su vez me rompía más, y más y más, mucho más.
Yo amaba la necesidad del cuerpo volando, subiendo, bajando, entregado a su propio dolor de su cuerpo extendido, roto, estirado, cóncavo, convexo. era la necesidad de mi cuerpo dentro de sí mismo consumado, del cuerpo que aún se pierde, se recupera, vuelve a nacer, una y mil veces por el suspiro de la respiración en movimiento, por el suspiro de la respiración en éxtasis, por el suspiro de la respiración dentro de sí misma.
Era una necesidad del cuerpo.
Una necesidad de mi cuerpo.
La necesidad de mi cuerpo cortado.

Primavera

Cerezos en flor.
Helados a media tarde.
Un vino en la azotea.
Una siesta sorpresa.
Cena agradable.
Ganas de dormir.
Alergia.
Estornudos.
Animo inestable.
Días de más luz.
Sinceridad.
Olor a pétalos de flores.
Odio a plátanos orientales.
Torta de chocolate.
Helado de frambuesa.
Omelette de tomate.
Moscas en la sopa.
Tomate con cáscara.
Perros en la calle.
Mascotas solitarias.
Ladridos con sol.
Sol olor a hierba.
Hierba olor a oscuridad.
Trance.

Yo escribo

Podría decir mil cosas, tratar de romper la cadena de recuerdos que azota mi memoria. Hoy, en la oscuridad, en la clase de expresión corporal, invoqué tu nombre para mover mi cuerpo. Sentí tu presencia a lo lejos, pero cerca a la vez. Tu espalda, tus enormes manos, tu cuello, tu pelo corto, tus lentes flotando a la deriva en el mar. Tus ojos, tus labios, tus esencias. Todo. Eso lo sentí y me cuesta tanto decirlo. Pero lo escribo. Y al despertar, después, al salir de clases, vi tu cuerpo desintegrándose en el fondo del mar, tu cuerpo convirtiéndose en escamas que escapan de tí, que dejaban tus músculos al descubierto, después tus huesos, después tu nada nadando en arenas sueltas. Tu cuerpo, tus perfumes, tus palabras, todo desintegrado en el fondo del mar, deshaciéndose ahí, pero no en mi memoria. Y ahora estás acá, al otro lado de la línea cibernética, mientras yo escribo, y tú quizás qué cosas haces. Escribo, desahogándome para invocarte en mis sueños. No es tragedia, tengo hermosos recuerdos que vomitan mi cerebro a cada instante. Estás tan cerca y a la vez tan lejos, estás tan cerca y me gustaría que todo empezara de nuevo, retroceder, borrar lo indeseable, y que todo sucediera otra vez.
Tomándome una copa de cabernet sauvignon decreto tu presencia en mi alma. Te llevo en mi alma siempre, y yo, me imagino con una maleta enorme de un color café hermoso como las hojas del otoño y las hojas se mueven y yo camino por un largo recorrido que me acerca a tí de nuevo y después me vuelve a acercar. Podría decirte mil cosas. No te digo nada. El tiempo nos dará la razón. Yo, me niego a sacarte de mi mente porque simplemente no puedo. No es que no quiera. No puedo. Formas parte de mi historia. Incluso, hasta formas parte de mi piel. Siento, lo que siento contigo. Siento, como siento contigo. Siento, percibo, capto tu olor desde lejos, incluso con la ventana cerrada y a miles de kilómetros de distancia. Muchos. Demasiados. Invisibles fronteras que nos separan. Hay algo que me da alegría, saber que sé cuando piensas en mí. Estamos conectados. Aunque no te hable. Aunque no nos veamos. ¡Qué ganas de tocarte, de olerte, de percibirte, de sentirte!, ¡qué ganas, Dios Mío de que estés aquí, ahora, sólo mío! ¿Es amor? estoy segura que es amor, sino, no hubiéramos resistido tanto tiempo. Tanto tiempo. Tanta memoria, tantos lugares, tantas épocas. Tantos cambios.
No puedo decir nada más ahora. Tú lo sabes. Sabes todo de mí. Me conoces como nadie.
La puerta está cerrada.
No.
Está semiabierta.

3.9.10

Hoy

Siento que me falta esa otra mitad.
La otra.
Esa otra parte que no está.
Camino partida en dos.
Y mi otro lado no sé donde se fue.
Si vuelve, lo estaré esperando
Y podrá acoplarse como antes...

No pidas que lo entienda

Me fumaba un cigarro. Pensaba en la compra del supermercado. Iba a la cocina. Se me venía a la mente la presencia de Martín en mi cama. Todavía está su olor, pensé. Preparaba puré de papas, de esos que vienen para ser hechos en el microondas y en mi cabeza, sólo en mi cabeza, un agujero negro que me molestaba y no me dejaba en paz. Un puré de papas envasado, deshidratado, que habría de preparar con mucha leche y mantequilla. Un agujero negro convertido en una taza de té, en la caída del niño que vivía en el departamento de al frente, en una poza de sangre, una gota de agua inundada por sal caída del mueble. Con el estómago a punto de reventar, tarareando una canción de Sandro para olvidarme de un efímero dolor de cabeza. Todo eso era y más, una mezcla de superficies, de texturas, de incongruencias mentales y visuales que se armaban y desarmaban dentro de mi cabeza, quiero decir, dentro de la cabeza de ella, que a su vez me observaba a mí como diciendo ¿qué haces acá?, ¿por qué no te vas? ¡Andate!, ¡déjame en paz de una vez y ándate! Ella soy yo, y yo soy ella. Vivimos en mundos paralelos. Yo no decía nada, no le respondía, para que se fuera, porque el agua del wáter ya se había vuelto de un color rosado intenso mientras una paloma pasaba por la ventana y me decía que me quedara callada cuando yo no era la que hablaba. Nunca hablé, nunca dije nada, estaba sola, completamente sola, dentro de un agujero negro, por el que hay una luz y en esa luz todos me hablan, me dicen cosas, no sé si a mí o a ella, como Martín, que me dijo que me dejaba, que no me molestara en salir de ahí, como mi madre que me reprochaba que hasta cuándo iba a tomar pastillas anticonceptivas porque quería tener un nieto y de pronto, por ahí, sale mi padre diciéndome que me tome un whisky, que así la cosa va a ser mejor, más movida y mi agujero negro saldrá volando, y de pronto alguien me toma la mano, y es el mismísimo Einstein que me dice que salga de ahí, que su puta teoría no está dentro de mi agujero negro y yo pienso, qué mierdas hace Einstein diciéndome esas cosas, cuando en realidad lo que quiero es que me dejen sola, tan sola como estoy, dentro del agujero negro. Y no, no pues, no parece ser, que un fuego se me ha venido de golpe por la cabeza, invadiéndome con fuerza, haciéndome temblar como una niña con fiebre, no, mejor dicho como el hijo del vecino, el niño que siempre se cae, como si él me estuviera poseyendo de locos, cuando de repente me cae la botella de whisky por la cabeza y descubro que es mi padre, mi padre que está enrabiado, que me dice que me lo tome, que me obliga desde la luz del agujero a que me lo tome, cuando en eso estoy, abriendo la botella, y de repente el líquido se transforma en la sangre que estaba disuelta en el wáter, porque me caí cuando discutía con mi madre cuando ella me encaraba por no tener un hijo, por no darle un nieto, por follar con alguien por follar, aunque fuera hace mucho tiempo y yo le digo por la mierda cállate, y de nuevo aparece el agujero negro, el silencio, yo con ganas de no respirar y haciéndolo igual, a punto de tomarme la nariz con dos dedos de la mano para no tragar aire y siento mi cerebro hinchado, totalmente hinchado y descompuesto y esa hinchazón y esa descomposición se va largando por todo mi cuerpo, haciéndome ver como una bola gorda y transparente, porque mi piel ha cedido y las venas no aguantan la presión, y cada vez me siento más gorda, más fofa, más transparente, más dura, más tóxica, más plástica y salen esos imbéciles en la radio que me cargan, esos mexicanos, Plastilina Mosh y yo me siento de plastilina y mi cerebro retumba mosh, mosh, mosh, como si fuera una palabra larga y difícil de decir, que se me enreda en el cerebro, no se transmite automáticamente por las neuronas, tampoco llega a mi boca, sino que es un eco que no tiene fondo, que no tiene sonido y yo me desespero, me vuelvo neurótica, histérica, paranoica de mi agujero sin salida ahora por lo inflada que estoy. Llego a la superficie, toco el borde del agujero y reviento, reviento en mil pedazos. Como un flash de reventón, un estallido de aire que me mueve, que me deja en otra dimensión, sí, la dimensión de los dibujos animados, de las estrellitas multicolores, atontada, estúpida. No es nada. Digo. Pienso. Reflexiono. He vuelto a ser la de antes, la del agujero negro. Y ahora nadie me mira, nadie me reta. Tengo olor a whisky en el cuerpo y a puré de papas en la boca. Mejor dicho olor a puré de papas y whisky en una mezcla que me adormece, que me hace cerrar los ojos, abrir la boca; porque duermo con la boca abierta y boto baba; y la baba se siente con sabor a una mezcla entre whisky y puré de papas, todo junto, cuando me acuerdo de Martín, que Martín me dejó y grito enajenada su nombre y me doy cuenta que él no me responde. Lo grito más fuerte y el agujero ahora tiene eco, me devuelve su nombre y no su presencia. Es terrible para mí. Fuerte no sentir a Martín, no tener a Martín, que Martín me dejó en el agujero negro, porque el inventó ese agujero para mí, pero yo lo hice más grande y más pequeño para que sólo cupiéramos yo y mi alma. Ya voy, ya voy, no me jodan, si sé que debo sonreír para la cámara, eso lo sé, lo tengo claro. ¿Me pongo así?, ¿no?, ¿más de lado?, ¿me pueden explicar cómo quieren que pose?, ¿no?, ¿no quieren? Entonces mejor me callo, me callo, y me voy a un rincón, y le digo al fotógrafo que me traiga vodka, que quiero descansar un rato, que vaya a la esquina a comprarme una cajetilla de Marlboro Light. Me pasa una copa y me deja sola, tan sola, tan sola, que todo se vuelve negro, todo de nuevo se cierra y sigo escuchando la voz de mi madre, los gritos de mi padre, la sombra de Martín y la sangre, que ha salido, no sé cómo, de un salto del wáter a la copa que tengo en mi mano.