29.1.07

La piel del veneno

El me dijo que no necesitaba de ciertas presunciones femeninas que le daban asco en algún momento.
Me contó también que los ojos duelen y que las mentiras que salen de los labios también.
Me dijo que le dolía verme caminar con indiferencia por la calle, que le molestaba que yo hablara con otra gente mientras él está ahí con la misma prestancia de siempre.
Y con esa postura oscura que evidencia secretos tormentosos (secretos que ya sé y que me gustaría contarlos).
Me dan pena sus silencios y ese movimiento abrupto con el que sale y entra de mi vida sin ningún motivo aparente.
Me dan pena sus absortos sentimientos escondidos detrás de la sangre de la luna.
Reniego de mi piel por no querer reconocer su veneno.
No quiero beber, y sin embargo bebo.
No quiero babear y la boca se me rompe en estallidos de vidrio.
Necesito de su operística presencia para volver a volar.
Y no vuelo.
Al menos tengo alas y tengo cara de ángel.
Un ángel siniestro y potente que tiene su propio paraíso.
Y su infierno escondido detrás de la taza del baño.
Y los secretos se han ido, vomitados, por el alcantarillado.
¿Estará su presencia en la realidad o es sólo parte de mis fantasías?
Le voy a preguntar a mi entrepierna, que a veces responde húmeda y silente.

25.1.07

Circunferencias invisibles

Definitivamente existen pasiones que no mueren, que se exaltan con el tiempo y que te hacen vivir. Una de estas pasiones es el teatro. Es una pasión mía, única, que disfruto y adoro por sobre todas las cosas. La disfruto porque gozo encima del escenario. Y los aplausos, no dejan de transformarse en un estímulo, en ciertas sonoridades que llaman a seguir en esto, a no abandonar el camino, a atreverse a más, a querer más, a necesitar del vivir una situación que a lo mejor nunca te va a pasar, pero que puedes sentir como si fuera un sueño.
Y eso fue lo que me pasó. Viví un sueño, viví una situación que me hizo trasladarme a otra dimensión, a otros aires, a otro mundo paralelo que no existe más que cuando se arma. Como si fuera una casita hecha de Lego. Y lo viví con el alma, profundamente, casi envuelta en una ensoñación mística, pero con plena conciencia de estar en el mundo real. Lo digo, porque aprendí que el actor al interpretar un personaje, nunca deja de ser un ente real, siempre tiene que estar alerta a señales (que no te muevan una silla, que no coloquen agua en un recipiente que debería tenerla) y hacerlo de tal forma que el personaje no muera. Aunque tengas que dejarlo ir después de la función. Y eso es lo que me da pena. Desprenderme de la piel del personaje, porque sólo depende del actor que éste vuelva a vivir.
Lejos de querer volver a la realidad, lo que quiero es seguir haciendo teatro y disfrutarlo al máximo. Volver a vivir otras realidades una y otra vez, como si ésto fuera un gran vicio, un vicio orgásmico, fuerte, de piel, que no cualquiera puede hacer. A Dios gracias no tengo pánico escénico. Y mi vida, podría girar eternamente frente a eso, con llantos, risas, rabias, iras, enojos, frustraciones, sueños, desmayos, muertes y enfermedades, felicidades, alegrías, tonteras, y el absurdo, y tantas otras cosas.
Creo que ser tan terriblemente sensible me ha facilitado el actuar. Esa sensibilidad estúpida que es parte de mí y que muchas veces odio, se ha planteado como una alternativa que se desahoga en el teatro y que me sirve para canalizarla en un personaje.
Espero seguir haciéndolo y que sepan que no sirve de nada impedírmelo. Nada de nada. Es algo que es superior a mí. Superior a mi conciencia. Superior a mi destino. Así de simple y complejo.

15.1.07

Los Monólogos de la Vagina


Tienen que verla. No es una versión cualquiera. Está hecha con amor, sentimentalismo, visión de mujer, humor y drama. Sólo tengo 25 entradas. Los que quieren ir ya saben cómo contactarme. La entrada vale 3 lucas (ni muy caro, ni muy barato). Avísenme con tiempo, la función es el 23 de enero. Acá está el afiche. De yapa, "Escenas de Felicidad", protagonizada por el otro grupo.

Confidencias de terrores mundanos

No sé en qué mundo vivo. No sé en qué mundo estoy. No sé qué hacer. Estoy en la disyuntiva eterna de dos caminos que no se van a encontrar jamás. Me siento así. En una telaraña de cristal que se enreda sobre sí misma para formar una bola de vidrio que me encierra y me atosiga. Una bola enorme, que gira y gira sin parar, para encerrarme en un laberinto de pensamientos abstractos.
Lo inmaterial me perturba. La muerte, la vida, el poder del amor, ese eterno filosofar que nunca termina, que nunca deja de ligar mi mentón con mi mano derecha. Que me hace volar, llegar a rincones recónditos que nunca podrán ser encontrados. Ni siquiera por mí. Perdida en los pensamientos del ser. Soy. Eso lo tengo claro. ¿Existo?, sí, en la medida que el mundo se mueve en determinados momentos por lo que haga o deje de hacer.
El jueves mi mundo se movió, por algo que hice. Y él estaba ahí, saliendo de un edificio para verme, saber que me iba antes que nos vieran y detrás de un árbol plantarme un beso como esos de las películas, que seducen mi lengua hasta las entrañas, que me somete con sólo su boca y el poder de sus dientes. Y sus dedos, y sus manos que contorneaban mi cintura una y otra vez. Él sabe que es el dueño de mi cintura, aunque diga que no, que lo niegue con la mano puesta sobre los ojos cual visera bajo el sol.
Y luego, esos atracones de quince años, para luego preguntar sinceramente cómo estaba. Y decirme que se iba de vacaciones. Nuevamente no podrá asistir a la única función que se dará de mi obra. No importa, nos veremos de nuevo. A pesar del tiempo que ha pasado, a pesar de decir internamente que no pasará nada, que lo veré y que ningún dolor de estómago me iba a asaltar, que las mariposas saldrían volando de mi guata en vez de recorrer mis intestinos. Y las mariposas se quedaron y dejaron pequeños ovillos de otras maripositas.
Y sabré que dentro de poco nos volveremos a ver, la ropa quedará tirada en el suelo, nuestros cuerpos carcomidos por el calor de la piel y nuestros poros abiertos, nítidos, transparentes de tanto deseo que se ha tenido que esconder. Y seguimos ahí. Esta historia comenzó en diciembre de 1998 y todavía no termina. Un amor pasional. Como en las películas. Por eso digo, Carrie soy yo y Ud. mi Mr. Big.
No necesitaba decir más. Aún estoy en la telaraña de cristal, esperando que me rescate yo misma de ese incongruente laberinto de nunca acabar. Las historias de cada uno son pequeños secretos que nadie sabe. O que se sabe, pero nunca con la certeza de haber conocido lo verdadero. ¿Alguien conoce lo verdadero de cada cual? No creo. Las máscaras se han vuelto invisibles.

10.1.07

La chaqueta roja

Nunca he tenido una chaqueta roja. No me importa si es de cuero, cotelón, lana, etcétera. Nunca me he vestido con una chaqueta roja. Me gustaría tener una y que ojalá fuera de cuero, con unos botones forrados en el mismo color y que fuera larga, hasta las rodillas, con la cintura bien marcada con un cinturón ancho que se anudara o simplemente recta. El cuello tendría que ser abierto y sin hombreras, porque o sino parecería clóset.
En realidad siempre aparecen cosas que queremos tener y que por algún motivo no las podemos poseer. A veces son personas. En el caso de los hombres son mujeres u otros hombres. En el caso de nosotras un varón u otra mina. Ese oscuro objeto del deseo, eso que hace nacer lo que se denomina capricho....u otras veces obsesión. Como mi inexistente chaqueta roja. Tengo una naranja y no voy a tener una de ese color. Estoy obsesionada con los carmesíes y las sandías.
Dicen que el rojo es pasión y energía, aunque también enojo e ira. No sé si estoy enojada. Creo que es una pérdida de tiempo con uno mismo (filosofía zen). Si alguien tiene una chaqueta roja que no use me avisa y se la compro, pero tiene que ser de cuero.

8.1.07

Sandía calá

Rojita y verde, abierta y jugosa, como un corazón sangrante y verdadero. Tomaría el Metrotren a Paine en un segundo, para morder una real sandía gigante y sentir cómo ese jugo rosado se me cae por las mandíbulas mientras mi cara pone una expresión de felicidad, se alegra y en medio de esa risa, el brazo corre sigilante hacia la boca, para sacarle toda la saliva que cae a fin de disfrutar cómodamente el sabor de ese fruto gigante.
Me comería una sandía entera. Me gustaría comérmela en medio de un puesto gigante de sandías, a pata pelá, con los gritos de los feriantes de fondo y disfrutando como la gente ve a una mujer disfrutar una sandía en pleno centro popular. Y mi boca, ese círculo carcajeante que a veces no emite sonido alguno, estaría feliz, dichosa de recoger un pedazo de carne frutal para hacer contento a mi estómago.
No hay remedio para el placer de la gula que sea mejor que la sabrosura que corre por los dientes y que se desearía no tuviera fin. Y con el calor, la frescura del líquido que sale, la carne que satisface la lujuria del saborear, se transforma en pequeños ríos helados que congelan por un instante las venas. Y dejan el corazón feliz y sangrante, como la misma sandía que anhelaba ser comida en un cajón de la feria.
(Si el corazón de alguien fuera una sandía, lo saborearía de a poquito, pasándole la lengua una y otra vez hasta emblandecer la zona a la que quiero clavarle los dientes. Lo miraría a los ojos y luego daría la mordida final para que viera mi cara de gozo)

6.1.07

2007

Al fin puedo escribir.
En paz.
El comienzo de mi año ha sido intenso.
Fuerte.
Mucho teatro, vida social, trabajo, calor, intensidad de sentimientos y confusiones.
Pero estoy tranquila,
Mucho más de lo que esperaba.
Me siento feliz y plena en medio de los ensayos,
de los movimientos de mi cuerpo y de cuando me doy cuenta de lo que puedo hacer por mí y
gracias a la fuerza de mi imaginación.
En ese sentido soy una niña, una pequeña niña.
Me siento así, bailando en medio de cascadas de agua dulce, comiendo pan amasado al
amanecer de un día de campo
O sólo sentada en las rocas de un mar embrutecido que me moja con sólo una ola enorme
Y que luego esa humedad se seca con la fuerza del sol.
Sólo necesito estar con alguien.
Me dí cuenta que quiero estar con alguien.
Quiero que me quieran, que me hagan cariño y hacer cariño.
Reconozco que soy demasiado apasionada,
pero nadie me ha dicho que eso es malo.
Y en cuanto a tí, que quieres que te diga.
Sé que siempre seremos buenos amigos, con o
sin ventaja, pero de repente no te das ni cuenta, como yo, que el tiempo pasa y la pasión no vive de recuerdos.
Necesito tu pasión viva, tu cuerpo sobre mí, no tu recuerdo.
Eso no me sirve, no me alimenta el alma, no satisface mi cuerpo de mujer.
Y el otro, ese ser de ojos intensos que de lejos me observa, que a pesar de tan poco tiempo me conoce tan bien,
que sabe perfectamente lo que siento y lo mejor, me reconoce como mujer a pesar de no
ser de su agrado, que sepa que en el buen sentido es una linda persona, que le falta quererse
más, no ser tan autoexigente, ni tan poco complaciente con sus placeres (mundanos o no).
Que puede ver en mí una amiga. Una amiga de verdad, de esas que perduran en el tiempo.
Y esa visión cambió tanto del 31 al 2 de enero. No sabía como ibas a reaccionar, pero te lo dije,
soy una mujer madura. Y me puedo equivocar. Y me equivoqué. Fue un gran error.
Ya te dije
las razones.
Me dio tanto nervio verte la primera vez después de eso, pero lo asumí. Aperré
como se dice.
Y parece que me entendiste.
No iba a ser la típica pendeja que sale arrancando.
Eso nunca. Aunque soy orgullosa hasta la muerte (mal).
Y son la 1 de la mañana. Y se me quitó el sueño, pero debo descansar.
Mañana será un día intenso.
Lo pronostico.
Y Santiago con más de 32 grados de calor.
Y el sudor corre sobre mí.
Mis pies se inundan en la crema convertida en agua.
Mi cuerpo se resbala, mi cara también.
Sería más divertido ser sirena.
Rozaría mi cola en la espalda de los hombres.