3.2.10

Lo dijo ella mientras dormía

Me tienes escondida debajo de un sillón, en el sector más oculto de tu cama, en los desechos que dejó el gato afuera de la ventana. Me tienes encerrada en una jaula vacía, donde hay plumas antiguas de pájaros que ya no están. Me tienes metida en un castillo, con un candado enorme y doble llave para que la conciencia no te duela. Me tienes desnuda, amarrada en las alturas, y yo sólo veo todo demasiado pequeño mientras te jactas de tener todo bajo control. Prefieres ignorarme, hacer que no existo, borrar mis mensajes. Me enteré que te casaste. Ya sé que estás casado, lo supe de la peor forma: la forma que no salió de tu boca. Habría sido más fácil que dijeras la verdad, a sabiendas que pensaría en abandonarte para siempre. No puedo abandonarte, pero debo hacerlo. Dejar que vivas lo que tienes que vivir. Probablemente no te acuerdes de mí en este momento. Ya sabes estoy debajo del sillón, oculta debajo de la cama, afuera de la ventana, encerrada en una jaula vacía, metida dentro de un castillo, desnuda en las alturas, y quizás qué otras formas de volverme a mí invisible. Invisible para tu vida y los que están alrededor tuyo.
Ella se zamarreaba dormida, se golpeaba en la cara, incluso en un momento llegó a hacer un movimiento tan brusco que se pegó en la cabeza al chocarla contra la pared. Incluso le sangró un poquito Traté de calmarla, pero ella cerró los ojos para gritar, para maldecir dormida, para seguir llorando entre sueños. Fue imposible verla dormir en paz. Imposible. Fue catarsis silenciosa. De pocos ruidos, de pocos gemidos, de falsas esperanzas.
No obstante, hubo un momento en que se calmó, respiró profundo y comenzó a decir que sabía que a pesar de todo, a pesar de que se hubiera casado, a pesar de conocer perfectamente quién era la mina con la que estaba, tenía la fe absoluta de que en algún momento iban a estar juntos. Lo había visto, soñando despierta, viviendo juntos en una cabaña enorme en el sur de Chile, en el extremo Austral, se había visto con él, cocinando juntos, con el quiltro adoptado en la cocina, preparando tallarines con salsa. Había sentido, ella con el pelo largo y él con más canas, cómo posaban para una foto en que estaban los dos. Ella, con una enorme guata, su cabeza apoyada en el cuello girado de él. Los dos mirando a la cámara sonrientes, plenos, felices. Había visto un montón de cosas más. Había visto que él dejaba todo por ella, incluso, un día vio a sus dos hijos, ya crecidos viviendo un tiempo en la casa de los dos. Había sentido que varias noches al mes él aparecía en su cama y su alma se hacía presente en su cuerpo. Y era fuerte, porque despertaba al baño maldiciendo por un mal dormir.
Y creía firmemente en Erzuli, Loa del amor, que da el espacio y el tiempo para que los amantes se encuentren. Le rezaba todos los días, sentía el poder de ella dentro de los dos: "Erzuli, Loa del amor, haz que Fabio piense en mí de la misma forma en que yo pienso en él. Erzuli, Loa del amor, haz que su alma vibre en la misma frecuencia que la mía. El tiempo, nuestro tiempo, no pasará en vano". Y lo decía todos los días con tanta ansia que sabía que en el fondo de su corazón él la amaba, la amaba. De verdad. Amor tibio y apasionado, peligroso, escondido, pero tibio, como un acantilado del trópico, con corales en el fondo y un calipso seductor inundando la espuma de las olas.
Así me lo contó ella, a medio dormir. Así me lo contó ella, porque las mejores catarsis son las que hace una con una misma. Así me lo contó, porque necesitaba que la gente lo supiera. Que el amor de verdad existe, pero el único límite estúpido de la felicidad es la culpa inventada. No sabía cómo explicarle que el amor de los dos era algo de otros tiempos, de otras historias. Sabía que él lo sabía, pero sabía que él no lo sabía al nivel de ella, que lo había visto, lo había sentido y lo sabe perfectamente desde que se quemaron las piedras en el brasero y apareció la letra de su nombre y la letra del nombre de ella, perfectamente unidos por las cenizas en una pequeña piedra que tenía forma de estrella.
Despertó al otro día, con su camisa de dormir de verano, larga y transparente. Se fue a sentar al sol del alba y cerró los ojos. ¿Viste? siento su presencia, si lo llamo te aseguro que me escucha. Y así se quedó, largamente, mientras el calor inundaba su cuerpo y me decía: "Mójame con el agua de la mañana para despertar...y para limpiarme"