12.10.06

Horas líquidas de octubre

El agua cayó del cielo toda la noche. Lloró como un lamento de amantes, lentamente dejando caer sus lágrimas sobre los cerros y las flores amarillas. No hubo gritos, desbordes ni desesperación, aunque en mi cama las huellas de un dormir inquieto quedaron marcadas. Se me desarmaron las sábanas y tuve que recoger el plumón hacia mi cuerpo varias veces al amanecer. Las horas se me pasaron demorosas, pero tuve que despertar de una vez. El cielo gris me anunciaba que quizás podría volver a llover durante el día.
Me gusta la lluvia de los silencios, esa que limpia el alma de los hombres y las mujeres por dentro y por fuera. Me gusta la lluvia que anuncia calma, tranquilidad y pureza de conciencia. Me gusta esa lluvia en la que se podría caminar casi a pies pelados, sintiendo la humedad y el barro sublime entre los dedos. Frío, pero sublime, no ese barro tosco que inunda todo y te impide caminar.
La lluvia de hoy me ha puesto melancólica, pero no meditabunda. Me ha dado anhelo de calor y me ha hecho recogerme ante mis pies. Me ha puesto la mente en blanco y siento que podría subir al cerro más alto a observar como las nubes lloran sobre la ciudad. Tendería la mano para sentir la humedad del cielo, que a veces se parece a la humedad de las mujeres cuando abren las piernas.
La piscina está sucia, pero ha caído más agua. Hay unas manchas fangosas en sus paredes verdes. Aún así, es bello observar el rebote de tímidas gotas en la superficie líquida. Y palpar su movimiento ondulante, que se pierde de un segundo a otro, como las lágrimas inconscientes. Podría meterme toda vestida y sentir la pesadez de mis ropas luego de ser penetradas por el agua. Me tirarían al fondo y haría más fuerza con mis piernas para salir al exterior. O quizás no. Quizás me quedaría un rato en el fondo, sintiendo el aire que sale de mi nariz. Hasta que se cerraran. Y tendría que volver al exterior pues no soy pez para sobrevivir de ese modo.
Y las nubes están un poco más negras. Un poco más bajas. Un poco más mareadas que hace unos instantes. Y las gotas de agua aparecen y desaparecen, como la primavera veleidosa, que regala momentos de frío y calor. El agua marca el cuerpo, te devuelve el alma al cuerpo. Te retorna la vibra líquida, esa que desequilibra y te recuerda el inicio del mar.
Todos nacimos del mar. Utero salado otorga natura, nutre célula recién nacida.

1 comentario:

Mar dijo...

Qué poético... ojalá yo hubiera vivido la lluvia de estos días como tú.
Saludos.