29.5.06

Pies de hielo

No hay lugar en el cuerpo donde se sienta con más violencia el frío que en la planta de los pies. Primero, surgen como pequeñas lagunas de baja temperatura que se instalan entre las venas dando paso a pequeños huecos de aire frío que disminuyen la circulación. Y luego, la gelidez aumenta conforme la quietud permanece, mientras el resto del cuerpo parece estar dirigido por el no-ritmo de esa baja temperatura. Es primera vez en el año que percibo ese cuerpo calado, mi cuerpo, lleno de pequeños agujeros que absorben pequeños tímpanos de hielo. Y observo mis manos, que están a la intemperie y crean un mapa de venas pequeñas y delgadas que cambian su tinte verde a un remolino violeta. Se crea un territorio aún más triste, que desnuda una palidez latente que es difícil que pare. El color me recuerda al color de los muertos. Y de a poco, el tinte de la piel se oscurece, al tomar contacto con los rayos del sol, al estar asomado a una calidez que da vida, al renacer. Y la vida vuelve a tomar su curso, aunque al caminar, pese a que aumento el ritmo, el frío de los pies continúa. Como si se tratara de una marcha que, aunque avanza, sigue una pulsación interna de baja temperatura.

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