26.5.06

Obsesiones, baúles, candelas y chocolates

Anoche volvió a meterse a mi cama sin que se lo pidiera. Me tocó los pies e incluso se dio el lujo de posar su cuerpo sobre el mío. Como marcando presencia. Como diciendo que estaba ahí aunque sé muy bien que no estaba. Es rara la noche. A veces suele tener un olor extraño, como el de las quemaduras cuando están a punto de cicatrizar. Y con tanta sensación extraña me dio la impresión que no se quería mover de ahí.
Estoy obsesionada con saber quien es, pero al mismo tiempo me da miedo darle la cara y que realmente me diga porqué lleva tanto tiempo en esta casa, esa pieza, en ese oscuro rincón. Y es verdad que suele hacerme dormir, lanzándome un frío suspiro en la oreja. Y me dan escalofríos, pero aún así tampoco se mueve. Es como si un péndulo estático lo acercara hacia mí y quedara amarrado a mi presencia.
Muchas veces he tratado que se vaya, pero insiste en quedarse ahí. Rondándome. Mirándome por detrás de las puertas y haciéndose sentir en los momentos en que el silencio se cuela en cada una de las piezas de mi casa. Y a veces suele irse a los cerros, camuflarse en medio del verde y observarme a la distancia, ignorando a los guardias nocturnos, que sé que jamás lo podrán ver. Y así se lleva la vida. Y me he acostumbrado a sentirlo, pero más que eso, a ignorar su presencia. Aunque en las noches me es imposible. Porque en las noches, sobre todo cuando hay luna, aparece sigilante y a la vez temible, marcando pasos con sus invisibles pies, dejando una estela de su aura por todo lugar donde circula. Y es ahí donde me agacho, me pongo a rezar y sigue al lado mío. Ni siquiera sé cómo es su cara, ni su forma, ni su cuerpo. Sólo le digo que porqué se aparece ante mí sabiendo que en la casa hay tres personas más. Y si se va, a veces lo hecho de menos. Es extraño darse cuenta de la ausencia de un fantasma.
Me imagino que tiene su guarida secreta en un baúl y que en los momentos más intensos y profundos de mi sueño prende las miles de velas de mi habitación y se pone a observarme desde el sillón negro de cuero. Y no me hace nada. Y me siento observada. Aunque sé que no puedo huir de eso. Y mi corazón late con tanta fuerza, que hay días que me imagino que fui su amor en una vida pasada, que reconoció mi alma y que tan sólo necesita que le recuerde con mis ojos la existencia de mi alma. Capaz que quiera matarme. No creo. Más bien pienso que me cuida. O al menos intento imaginarme lo que pensaría la mente de un fantasma si fuera de esa forma.
No es una obsesión. Aunque recuerdo que cuando chica me daba miedo mirar debajo de la cama. O ir al baño en medio de la oscuridad. Siempre le he tenido miedo a lo desconocido. Me dan ganas de comer chocolates. Aún así, el miedo sirve para que te prepares ante lo desconocido. Ante lo que existe y que no todos saben que está ahí. Ante ciertas intuiciones que te pueden hacer pensar que si los muertos caminan entre los vivos, muchos más de los que pensamos caminan por las calles de la ciudad. ¿Alguna vez has sentido que una presión invisible te toca el hombro?

1 comentario:

Hermansineme dijo...

SE cuela por entre los pliegues de las sábanas en las cuales descansa tu vida, es el silencio ensordecedor quién te hace percibirlo sólo de noche.
Pero está y de ti depende saber, conocersus intenciones y conocerlo.