17.7.09

Perros en la sopa

No habían moscas. Eran perros. Perros diminutos de todas las razas y colores. Perros peludos y pelados, perros con patas y sin ellas. Sucedió un día que me tomé la sopa y los pelos de todos ellos se me atragantaron en la garganta. Claro, como son perros diminutos se me olvidó colar la sopa antes de beberla. A veces, cuando me tomaba la sopa, escuchaba pequeños ladridos, casi inaudibles, de estos pequeños y cuasi insignificantes perros. Otras, los agarraba con los dientes y los mordía lentamente. Su sabor era a salsa de tomate en algunos y a hierba seca en otros. Igual me tomaba la sopa. No podía jugar a mentir sobre la necesidad que tiene mi cuerpo de alimentarse. Un día, la sopa no tuvo ningún sabor. Simplemente era agua, pero ahora, al tragármela, sentí que unos huesos casi invisibles se me quedaban pegados en la boca. Los escupí y decidí que ya era tiempo de imaginarme otra cosa en esa sopa sin sabor.

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