17.7.09

Muñeca falsa

Anoche ella hizo un ritual. La ví desde la ventana de mi edificio que da justo frente al de ella. Ajusté mis larga vista con cuidado. Estaba completamente desnuda. Comienzo a enfocar el ojo derecho, luego el izquierdo. Primero se sentó en posición de flor de loto, recitó unos mantras unos tras otros y empezó a caer en trance. La veía perfectamente, pese a que ella estaba en la oscuridad. Mis larga vista tienen visión infrarroja. Tenía los ojos abiertos, pero no me daba la sensación de que estuviera conectada con el mundo real. Más bien estaba desconectada. La sigo mirando. Su cuerpo se ve interesante con los reflejos verdes cortados frente al fondo negro. Veo su pelo revuelto, sus ojos de cervatillo, una nariz que quería ser respingada pero no fue por el destino de la genética. Observo su boca semiabierta, sus dientes blancos, su cuello algo largo y refinado, sus senos pequeños, su cintura marcada. Sus caderas son un poco anchas, pero no están mal. Tiene poco pelo en el pubis, quizás se depila con frecuencia. La piel de sus piernas está un poco seca porque como yo pienso, hay algunos días en que todas las mujeres detestan echarse crema todos los días. De pronto abre los ojos y se levanta. Va a un lugar que parece ser la cocina. Ha regresado con un cuchillo en la mano. Vuelve a sentarse sobre su alfombra aunque esta vez olvida la flor de loto. Araña la alfombra con las manos, luego el cuchillo desgarra la alfombra con una pasada, luego dos, después tres, en seguida cuatro hasta transformarla en una maraña de lana y quizás que material más. Ella se ha transformado en fiera y, en lo que intuyo un estado de desesperación, deja todo botado y sale al balcón a gritar, a aullar, mientras me queda mirando fijo. Me descubre. Me ha descubierto. Y al ver que no me muevo me grita: “La próxima vez que me sapees voy a llamar a los pacos”. Solapadamente la seguí espiando sin que se diera cuenta. Era mi ritual de dos veces a la semana. De pronto, me dí cuenta que no vivía sola. Tenía un marido, dos hijos, un pequeño gato y le gustaba tejer durante las tardes. Una vez coincidimos en nuestros respectivos balcones. Yo fumaba, ella bebía una taza de té. Nos miramos fijamente. No me dijo nada. Nos seguíamos mirando fijo. Luego, al parecer sonó el citófono y abrió la puerta. Fui a buscar los largavista. Era un hombre que no era su marido. No cerró las cortinas. Empezaron a besarse, yo seguía mirándolos, en una ella me mira y me guiña un ojo. Creo que era mejor una taza de café.

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