1.7.09

Nieve

Me regalaste un vestido de aluminio. Es un vestido largo, que me tapa los dedos de los pies. Es frío y me molesta al tenerlo puesto. Me lo mandaste de regalo en un gélido día de invierno, en que llovía en la cordillera y en mi casa nevaba como si se fuera a acabar el mundo. Era como una historia al revés, como si en vez de nevar tenía que llover y viceversa. Salí a caminar con el vestido puesto por las cuadras de mi casa. No me puse zapatos, ya que supuse que el frío sería tan intenso que me adormecería los pies y pronto dejaría de sentirlos. Con mi pelo muy corto y los labios pintados de rojo seguí dando vueltas en torno a mi casa. Ví una rama con unas hojas secas. Me las puse como pude en mi pelo y seguí mi camino. La gente me miraba como si estuviera loca. Se han olvidado que la locura es parte de mi vida. Llegué al paradero y esperé que pasara la micro. Le dije al micrero que la tarjeta bip se me había extraviado. No le importó, pues al verme con tu vestido puesto dijo que parecía una alucinación, de esas que le pasan cuando ha trabajado demasiado. Me fui con él adelante, en el asiento del copiloto. Compartimos más de un cigarro. Cuando llegué a la Escuela Militar me despedí de él con un beso en la mejilla. Aún recuerdo lo atontada de su cara. Fui hacia el metro y mucha gente se rió de mí. Algún estúpido buscaba una cámara de televisión. Le grité que esto no era un reality. Me dí cuenta que el aluminio ya no me enfriaba, sino que al contrario, estaba sudando a mares. Me bajé en la Estación Baquedano. Más mirones de la puta madre, que se jodan, pensé para mis adentros. Caminé las cuadras que faltan para llegar a tu casa, que no son muchas, pero que fueron suficientes para que mis pies perdieran la sensibilidad. Llegué a la esquina de tu edificio. Me conseguí un cigarro y lo prendí antes de entrar. El conserje me preguntó si no tenía frío, yo le dije “sí, mucho, pero no me importa, estoy condenadamente feliz”. Y subí las escaleras de par en par, saltando como un conejo enardecido porque ha llegado la hora de su zanahoria. Golpeé a tu puerta. Me abriste. Estabas en pijama. Sonreíste. Yo también sonreí. Me besaste y te respondí el beso. Nos preparamos chocolate caliente y nos fuimos a tu enorme cama. Dormimos toda la tarde, abrazados. Cuando desperté, el vestido se había roto y me dí cuenta que se me había olvidado ponerme calzones.

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