Me regalaste un vestido de aluminio. Es un vestido largo, que me tapa los dedos de los pies. Es frío y me molesta al tenerlo puesto. Me lo mandaste de regalo en un gélido día de invierno, en que llovía en la cordillera y en mi casa nevaba como si se fuera a acabar el mundo. Era como una historia al revés, como si en vez de nevar tenía que llover y viceversa. Salí a caminar con el vestido puesto por las cuadras de mi casa. No me puse zapatos, ya que supuse que el frío sería tan intenso que me adormecería los pies y pronto dejaría de sentirlos. Con mi pelo muy corto y los labios pintados de rojo seguí dando vueltas en torno a mi casa. Ví una rama con unas hojas secas. Me las puse como pude en mi pelo y seguí mi camino. La gente me miraba como si estuviera loca. Se han olvidado que la locura es parte de mi vida. Llegué al paradero y esperé que pasara la micro. Le dije al micrero que la tarjeta bip se me había extraviado. No le importó, pues al verme con tu vestido puesto dijo que parecía una alucinación, de esas que le pasan cuando ha trabajado demasiado. Me fui con él adelante, en el asiento del copiloto. Compartimos más de un cigarro. Cuando llegué a
1.7.09
Nieve
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