2.5.07

S.A.T


Estoy con síndrome. Síndrome de abstinencia. Síndrome de abstinencia teatral. Me siento enferma, porque sé que no lo estoy. Me siento rara. Tengo la mitad de mi cerebro paralizado. Tengo sed. Fumo más. Tengo en pausa la creatividad que pulula en mi mente. Está. No se ha ido. No es ausente, pero no sale. No tiene vía de escape.
Soñé con mi profesor el otro día. Armaba fotografías en un escenario a contraluz. Y salían miles de imágenes de mi cabeza, que formaban este sueño confuso y a la vez agradable. Me veía en contraluz, con otro compañero, pintándome los labios mientras él se afeitaba. Y mi profesor seguía dando órdenes. Seguía ordenando todo mientras los movimientos fluían. Eso es lo que necesito. Me hace falta actuar para despertar esa parte de mi cuerpo que se duerme y que necesita ser removida, remecida cada cierto tiempo. Necesito expulsar mis demonios, liberarlos, que se adueñen de un personaje y que éste tome vida.
Necesito calmar esa sed. Necesito ser adicta al teatro. Necesito perder esta etapa de abstinencia. Necesito retomar el ritmo de crear un personaje, darle vida y que a la vez muera. Necesito revivir. Necesito que esta pausa se quiebre. Necesito moverne en un espacio, demostrar emociones, en definitiva, vivir.
No puedo estar sin pensar que quizás un escenario es la forma más inaudita para desarmar a una persona cualquiera. En el escenario estás desnudo, te sientes desnudo, te abres a tu público y te entregas a él. La cuarta pared a veces te separa, otras te une y la mayoría de las veces es un límite frágil entre la realidad y la fantasía. Mi vida tiene muchas facetas, pero una de ellas es el teatro. Así como escribo, mi voz a veces tiene que gritar, desahogarse, reírse, llorar, imaginar. Mi cuerpo también. Mi cuerpo baila, se mueve, se delimita a sí mismo en un hacer y deshacer de emociones. Mi cuerpo es agua dentro de un vaso. Mi cuerpo es una taza de café que necesita ser tomada para luego darle forma y así encuentre su lugar en el espacio. Mi cuerpo es energía. El teatro es energía. El teatro es un fenómeno inexplicable que se adueña de mi mente. Cuando uno sueña, es actor de sus propias fantasías. Cuando uno muere en un sueño, en realidad lo que sucede es que ese personaje que estaba escondido en ti sale a la luz y se manifiesta por el inconsciente.
No estoy loca. Estoy consciente. Hay cierta cordura que en ciertos momentos se escapa de mí, pero eso no quiere decir que he perdido la conciencia. Estoy viva. Más viva que nadie. No creo que esta parte en mí muera. Amo el sacrificio del teatro, amo su creatividad, amo a la gente que lo hace y que vive de ello. Amo a los escenarios y amo la humildad que se necesita para dar lo mejor de uno sobre él. El escenario es sangre. El escenario es un pelícano que te absorbe la sangre para sobrevivir. El escenario es la mente de Calígula. El escenario es una mano que te desgarra el cerebro y que al mismo tiempo te lo deja latente para que vuelvas a crecer, a nacer, a desangrarte y seguir vivo. Con un mundo que se mueve. Un mundo en el que tú te mueves también. Un mundo necesario.
Y sigo con abstinencia, aunque debería acabarse pronto. Señor profesor apiádese de mí. Deme el camino que necesito hacia la luz. Nunca tanto. Pero necesito despertar. Sé que tengo mucho que entregar y estoy dispuesta a seguir ese camino. Sacrificio, sangre, sudor y lágrimas. Entrega, por sobre todo entrega. Si no nos entregáramos en el escenario nada del esfuerzo hecho valdría la pena.





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