11.5.07

Bruma

La tenue neblina bajaba de los cerros oculta entre una masa húmeda y casi invisible, que me envolvió en su humedad, me trasladó al golpe duro del corazón y me elevó en cierto movimiento inconsecuente que me hizo ver la sangre, llorando desde el suelo por el gemido de los muertos, gimiendo por las lágrimas de los invisibles, observando cada huella perdida en pequeñas historias que han borrado caminos a lo largo del tiempo. Del inútil tiempo, del fallido tiempo, del tiempo escapado del reloj y los secunderos y minuteros.
La bruma es el peso congelado del alma, el vacío del pobre, la luz que los no ciegos podrán ignorar pese a la boca abierta que absorbe la humedad que baja del cielo. La humedad que congela el cerebro, desciende las neuronas y permite que ciertos animales se queden bajo la llovizna como si en vez de agua, un líquido rojizo bajara de ellas e inundara todo en una piscina de miseria y frustración.
Pero sale el sol. Cada cierto tiempo sale.
Y las sombras de los recuerdos se ciernen sobre la bruma para tomar forma en pequeños fantasmas acaramelados, que luchan por alcanzar las estrellas con sus manos rotas, deformadas, pero aún así profundamente felices, avasalladoras, derramantes de ideas sulfurosas y cocidas en agua hervida. Cocinadas en agua hervida. Metidas en un enorme hoyo negro que tiene una luz al final. La luz que todos quieren.
El frío congela el cerebro, mas no la carne. Al contrario.
No hay zombies en el refrigerador. Sólo están tus pies, que abrigo bajo mi frazada todas las noches para recordarme que sigues ahí. En la sombra, pero aún sigues. Y tus huellas, están marcadas, henchidas de placer por las mías. Como lamía tus dedos en el sortilegio de la soledad. En esa ignorancia de la que todos arrancan. Los cerebros en silencio. No pensar.
Caminemos en la bruma. Da tranquilidad.
Si nos perdemos, la inconsciencia nos devolverá a los sueños.




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