4.3.09

Su puerta entornada

Mi muy queridísimo señor mío he descubierto dentro de su alcoba el secreto que le ha indispuesto desde hace unos días. No tiene razón ni sentido alguno, pero considero que usted debe saber que yo me he enterado para evitar una presunta desgracia que se apodere de su destino. Era su sangre la que colgaba de la sábana blanca, no era la mía ni la de Juana, que se esconde en las barracas de madera junto a la caballería. Era su sangre, y se lo vuelvo a decir, para que no olvide que los maltratos no fueron contra mi persona, esta vez, sino que atentaron contra usted mismo, porque se bebió la pócima que anoche dejaron sobre su cama, que lo volvió loco, que hizo que usted se viera transformado en un monstruo en cuanto pasaron los tiempos en que el veneno le desvió la conciencia y se levantó para mirarse al espejo.
Yo estaba desnuda a su lado. Usted se mordió solo. Los dientes que marcan su piel son suyos. No me mire con esos ojos. Ciérrelos y descanse.
(Continuará)

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