Desde detrás del escenario

Estoy enamorada del teatro. Es una pasión casi carnal, que me obliga a darlo todo cuando estoy sobre el escenario. Una entrega casi a flor de piel, en la que estoy dispuesta a quedar sin sangre, sin uñas, sin sudor por el sólo hecho de encarnarme en un personaje. Vivir mil vidas unas tras otras es la magia que te entrega el teatro. Vivir miles de situaciones que quizás nunca estarán en tu propia vida. Morir, vivir, volver a nacer, soñar, dormir, matar, comer, hasta experimentar un orgasmo como nosotros no lo hacemos.

Está claro que cada persona tiene un estilo de vida, una forma de ser y de sentir. Todos somos únicos, pero arriba del escenario perdemos esa esencia. Nos transformamos en miles de seres que traspasan barreras generacionales, tempoespaciales y emocionales. Nos ponemos máscaras, nos las sacamos una y otra vez. Es el círculo del eterno retorno del actor. Si bien no estudié teatro -espero hacerlo alguna vez- creo que tengo herramientas suficientes para poder ser una buena actriz. Creo que además del talento hay que tener ganas de crecer y perfeccionarse, ser autodidacta constantemente y además, sudar la gota gorda, trabajar, improvisar, "sacarse la cresta" con tal de crear el mejor personaje del mundo. Amo el teatro a nivel universal y cuando voy a ver una obra -como espectador- se me pone la piel de gallina y algunas lágrimas corren por mis mejillas. Puro sentimiento. Pero soy periodista, no niego que me guste escribir pero el teatro es algo que siempre estará en mí. Lo amo por sobre todas las cosas, porque cuando asistí a los talleres de la María Jesús debo reconocer que me desdoblé. Fui otra y con ello descubrí potencialidades innatas en mí. A través del teatro, me hago ciudadana del mundo. Ahora y siempre.