21.5.09

El Perro rojo

Las gentes que pasaban no lo querían tocar. La sarna lo tenía lleno de heridas y a su sensibilidad despierta, ladraba para no morder, miraba para no ver, dormía para no soñar. El perro rojo vive a la vuelta de la esquina de mi casa, siempre me mira y me ha mordido un par de veces. El perro rojo atraviesa las puertas y se transforma en una fiera que lee los pensamientos y los absorbe como si fueran un eclipse mágico y desbordante, una cosa afilada y peluda que a veces entra en mí y también me pone los ojos rojos, me supera, me abduce, me condena, me repliega en su interior y luego me libera en un grito ahogado que a veces sale y otras veces se queda en mí, en un camino eclipsado, lleno de colores y casi abismantemente elíptico y reconfortante sin la necesidad de ladrar, de aullir, de gemir, de transformar todo lo que giraba a su paso con rabia, con caminar rápidamente, con correr desesperadamente, con negar la capacidad de volar, de regenerar la rabia dentro de la otra rabia y dentro de la rabia invisible que se disimulaba en cajitas de colores que nadie abría por miedo a dejar de respirar. Eso era lo que te sucedía con el perro rojo.
Por eso, cuando las gentes que pasaban se ponían dentro de sí mismas, el perro rojo saltaba y se transmutaba en el medio de tu frente como un perro de colores que se daba vuelta de carnero una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, hasta cansarse, hasta cansarte, hasta agotarte, hasta agotarse, hasta saltarse, hasta saltarte, hasta hace todo lo que se mueve y luego vuelve a su estática cotidiana.Y el perro rojo lo sabía todo, lo decía todo, te lo refregaba todo sobre la boca y las narices para luego ladrarte, ladrarte fuertemente y convertirte en un conejo que llegaba hasta el eclipse de tu propio ser. Con un ADN distinto, fuerte, replegado en un grito.
Yo ví al perro rojo y grité. Me dio susto, me dio locura, me quitó la cordura, me hizo estallar dentro de mí. El perro rojo te cambia la piel, te transforma en animal, te saca los cueros y te los cuece. Te los transforma en la pesadilla de tí, en la propia pesadilla de tí, de lo que te sucede, de lo que te enfrenta en el espejo de tí mismo.
En este momento mi perro rojo está debajo de mi cama durmiendo una siesta. No he querido despertarlo. Anoche soñó demasiado y tomó demasiado también.
Mi perro rojo se comió el alma de alguien.
Mi perro rojo se quedó como era.
Mi perro rojo está en silencio.

1 comentario:

Mopeto dijo...

Por dios, no se como llegue aki pero ese pensamiento es fenomenal.
Saludos.