18.1.06

Rayando mi sol


Tengo los estrellados rayos de sol en mi cabeza, rimbombantes como campanazos de cristal que retumban en el horizonte. He andado como loca, en mis tacos de diez centímetros y lo único que quiero es dormir. Anoche llegué cerca de la una de la mañana a mi casa. Me quedé zeta aunque el despertador de las 7 me hizo sentir que me acosté y apenas cerré los ojos los volví a abrir con tan sólo un minuto de lapso.
Encima de todo, me siento demasiado pesada. Creo que mi cuerpo en algún momento se vuelve de cemento, lanzándome hacia el centro de gravedad de la tierra para luego dejarme caer en lo profundo. Me deja caer y siento una frescura que aterriza sobre mi cabeza. Me dejo sentir leve, casi ingrávida, para volar por un precipicio imaginario.
Quisiera tener alas y ser una mariposa de metal. O mejor de plata para competir con el reflejo de la luna y bordear las diferentes líneas que conforman la percepción primaria de las cosas que están alrededor de nosotros.
Quisiera ser mariposa nocturna. Volar entre los árboles que están en la noche y hacerme pasar por un alma insomne. A veces las almas son más livianas. La percepción de los silencios hace que la cabeza se aliviane y se sumerja en un vaivén confuso y pleno de murmullos que muchas veces deja que las cosas pasen sin que se pueda saber qué es lo que realmente sucede entre el equilibrio del cuerpo y el espíritu. Prefiero rayar mi sol y dejar que los pensamientos fluyan. Mientras más fluída es la conciencia, menos pesa el raciocinio de ciertas ideas.

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