17.1.06

Corazón de sandía

No hay nada más rico que tomar una sandía calada y enterrar los dientes en el corazón para sentir el jugo que te corre por la boca y sacía tu sed hasta el infinito. Recuerdo esas tardes de verano en que almorzábamos junto al parrón, en un calor infernal como el de hoy, en que los sudores daban paso al refrescante sabor de esa enorme fruta fresca.
Alguna vez sentí la frescura del verano, mientras hoy me siento como un caminante solitario en pleno desierto, cruzado por una carretera infinita llena de espejismos rurales. El calor cala mi piel y el sol lo siento insoportable. Me gusta el verano y para mí es lejos la mejor época del año, pero no me gusta el exceso.
Me gustaría estar sudada y casi frita a la orilla de una playa solitaria, en que mientras duermo a la sombra de una palmera, unas tibias olas me refrescan. Me gustaría estar sola (o muy bien acompañada, lo que suele ser difícil), para mirar la puesta de sol y refrescarme cuando llegue la noche. Creo que los caribeños tienen ese espíritu debido al clima en que viven y creo que en mi caso, mis antepasados vienen de una isla tropical o bien de la zona cálida de España, algún lugar cercano a las Islas Canarias, con playas transparentes y corales que se ven desde la ventana del avión.
Sigo anhelando tener una sandía a mi lado, si la tuviera en estos instantes sin chistar me la comería con la mano. Devoraría cada trozo suavemente y a la vez con ansias, como si fuese el último que quedara sobre la tierra. Cuando el pedazo llegara a mi boca, cerraría los ojos y disfrutaría el placer de ensuciarme boca, manos y cara con todo lo que ella (la sandía) tiene. Todavía me como hasta las pepas, pese a que mi mamá decía que cuando grande me iba a salir una planta en el estómago y me iban a tener que operar cuando grande para sacarme todas las pepas que me he comido. Aún lo sigo haciendo, y ya no me da miedo tragármelas.
Alguna vez leí un comentario que comparaba el acto de comer a la parsimonia de una relación sexual. Creo que en ciertos puntos son lo mismo, ya que satisfacen una necesidad. No hay nada más rico que hacer las cosas con ganas para luego sentir el placer de la plenitud. Una amiga dice que cuando uno habla mucho de sexo es porque no te han dado como corresponde. En mi caso podría ser cierto, pero no lo es. Uno disfruta las cosas mucho mejor cuando ha costado llegar a ellas. Estar en la cima del Everest es lo mejor si te sacaste la cresta escalando. ¡Qué ganas tengo de comerme una sandía! Diría que es casi un antojo, un capricho de cabra chica. Y quedaría feliz de todas maneras. Feliz, aunque chorreada entera, como los niños cuando comen pollo con la mano.

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