22.8.05

Mi fantasma se llama Ignacio

Hay un gran ser que pulula entre sombras en mi casa. Se llama Ignacio. Murió hace mucho tiempo. Nunca lo conocí. Sólo recuerdo una fotografía de él, donde sale en el baño, con su brazo izquierdo apoyado en el tanque del wc.Se está riendo. Hay un rollo de papel confort en el estanque. Me gusta su cara. No me acuerdo si lleva un cigarro en la mano o no. Parece que sí, era fumador.
A veces me hace cariño en la cabeza cuando estoy a punto de quedarme dormida. Otras veces lo siento en las noches, cuando de improviso entra a mi pieza. Era una persona adorable, dicen los que lo conocieron. Le daban antojos de tallarines, igual que a mí. Le gustaba el arte y el teatro, igual que a mí. Hacía unos grabados espectaculares y era amigo de la Delia del Carril, una de las esposas de Neruda. Militaba en las Juventudes Comunistas. Se parece mucho a mi padre, sobre todo en la cara. Hay seis grabados suyos en mi casa. Hay uno que se llama Autorretrato. Me gusta mucho. Ignacio debería tener ahora unos 53 años. Cuando murió tenía 23. Un pendejo. Un pendejo idealista. Murió como mártir. No quiero pensar en el estado en que se encontraba cuando lo mataron.
Ignacio tocó la guata de mi mamá cuando tenía cinco meses embarazada de mí. Quizás en ese momento fue cuando toda su forma de ser se traspasó a mí. Me habría gustado conocerlo. Siempre me pregunto porqué no lo conocí. Siento que me habría apoyado muchas veces en mis ideas locas. Creo que mi locura artística viene de sus genes. Siento que los dos habríamos hecho cosas geniales. Mi papá le dijo a Ignacio que se asilara. No lo hizo. No podía tirar sus ideales por la borda. Lo entiendo. En esa época era entendible. Quizás ahora está detrás mío leyendo lo que escribo.
Está enterrado en el Parque del Recuerdo. Hay una fotografía suya. Nunca he ido a verlo desde que lo enterraron. Siempre me acuerdo de él. Cuando pinto, siento que está en mí. Que a través del pincel toma forma y me posee. Me gustaría que estuviera acá. Tal vez hubiera tenido más primos. Mi vida habría sido otra con él y mi papá habría estado más tranquilo. Pero la vida tiene otros rumbos. Ahora sé que es un fantasma que me cuida y me protege. No me digan que no. Lo siento y aunque me asusto de repente ya no me da miedo.
Creo que toda la pasión loca que está en mí es por algo. Por alguien, por él. Puedo decir que lo quiero aunque no lo conozca. Por un lado prefiero que esté muerto. Las personas traumadas por algo terrible como la dictadura nunca quedan bien. Sólo pido que su memoria siga en mí por el bien de su legado. O que de repente en las noches de verano aparezca, cuando me estoy fumando un cigarro en el patio durante el silencio de la medianoche.

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