3.6.05

De causas y azares

Como cada día que pasa hoy siento la necesidad de encontrarme con una sorpresa a la vuelta de la esquina. A veces, las horas pasan monótonas y mi vida ruge por un cambio. Quizás necesito nuevas aventuras, algo que me haga despertar y sentir. Tendré que abrir mis alas al mundo nuevamente.
Anoche soñé que pintaba unas obras fenomenales y quizás por ahí va mi camino. Creo que todos queremos evolución, el problema es que a veces el ritmo de la vida es bastante lento comparado con las expectativas soñadas por los humanos. Me gustaría que todo pasara demasiado rápido, para así alcanzarlas al vuelo y que todo siguiera su ritmo una vez que las metas se logran. No me gustan los silencios, tampoco necesito escapar del ruido.
Más bien quiero que el ruido me envuelva y me arrastre a su torbellino emocional de una vez por todas.
A veces he relacionado esta necesidad de esperar con la necesidad de huir, pero no soy tan cobarde. Quiero enfrentarme con situaciones que me permitan reaccionar. Un clic mental que me haga actuar. Sé lo que tengo que hacer, pero a veces no hallo a qué atenerme.
Me encantaría poder tener todo bajo control. Saber qué me depara el destino exactamente. Siento que de repente, deberíamos tener cada uno una propia Pitonisa que nos develara lo que está por suceder. Me da miedo el futuro aunque no pierdo las esperanzas. Sé que estoy dentro de un círculo, en lo que todo lo que te sucede de alguna forma se devuelve -en materia o espíritu- en algún momento de la vida. Son las situaciones. Ojalá todo fuera por azar. Con el tiempo me he dado cuenta que no es así.
¿Qúé habría pasado si hace unos años hubiera cambiado las cosas en el momento oportuno? Alguien dijo una vez que la vida es una casualidad y creo que con razón es así, con gente cada una por su lado, haciendo una propia vida, en vez de seguir un camino en común. Pero, eso es sólo un ejemplo de las muchas cosas que pueden pasar. Y ya me convencí que el príncipe azul no existe, pero sí la famosa Rueda de la Fortuna. Me considero hija de mi propio destino.
Aún creo que me falta hacerme la famosa retrospección. Volver al pasado y entender las vidas que antes tuve para poder descifrar algunas interrogantes que tengo ahora. Una que no logro entender: el miedo a la pérdida. El miedo a perderlo todo. El miedo a quedar sola. El miedo a que nadie te escuche. Miedos humanos, miedos que todos tienen. Terrores mentales que no tienen forma más allá de tu cerebro. Miedos que sólo se conocen a sí mismos. Miedos eternos. Miedos que no contamos a nadie. Miedos que te llevan a esconderte en un rincón y no querer saber de nada. Miedos que se superan y que para mí son tanto o más importantes que la fobia que le tengo a las baratas.
Una vez vi una pequeña barata en la cocina y me puse a llorar. Me la imaginaba caminando por mis piernas. Y estaba sola. No recuerdo si alguna vez me sucedió o sólo fue un sueño.
Reconozco que soy caprichosa y es porque de alguna forma siempre he tenido lo que he querido. No es obsesión. Hay gente que suele confundir esas palabras y creo que cuando el capricho cede es porque dejaste el orgullo de lado.
Todavía soy orgullosa y a veces soberbia, pero tengo cierta cuota de humildad conmigo. Eso sí, no soporto la gente egoísta, esas personas que nunca ceden; aunque hay gente a las que les perdono esos defectos y es porque los acepto tal cual son sin pedir nada a cambio. Insisto, no exijo nada sólo lealtad. A veces la fidelidad es mucho pedir como un cariño que aún (espero) tengo por ahí.

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