25.9.09

Rotaboca

Una fuerza invisible le tomó los labios halándolos hacia afuera.
Con fuerza, pero sin violencia y así sus labios se despegaron de la corteza ósea de donde permanecían fijos. Primero sucedió con el labio inferior, luego, con el superior y así los dientes quedaron al descubierto.
Y sus dientes, tan frágiles ahora, comenzaron a caerse uno tras uno, jalados por esta fuerza que se hacía más poderosa y que le causaba miedo, porque no sabía de donde venía. Poco a poco su mandíbula comenzó a ceder, a hacerse más débil, a cerrarse sobre sí misma una y otra vez, como un torbellino que se cierra frente a un agujero de viento poderoso.
Y así, con la "boca" cerrada, la fuerza entró por sus narices y comenzó a tirar la lengua hacia afuera. Costó, porque no tenía por donde sacarla. No tenía por donde. En algún momento la energía decayó, pero luego volvió con fuerza y la lengua derribó el lugar donde antes estaban los dientes y los labios.
Salió envuelta en un río de sangre. Era eso, eso parecía ahora, una lengua envuelta en un río de sangre. Y así salió disparada hacia afuera, hasta caer en su estómago, donde también se encontraban sus dientes, desparramados y los labios, cortados en dos. Todo junto y por separado.
Miró hacia el cielo de la habitación donde se encontraba, como pidiendo auxilio a un dios que no existía. Nadie hizo nada. No había nadie. Y ahora, con la rotaboca en su cara, salió a pasear por el patio de vidrio que rodeaba la casa. Una casa enorme. Una casa donde ella estaba sola, con la rotaboca suplicándole que parara el hilo de sangre que caía por las pequeñas comisuras que surgieron del lugar donde antes estaban los labios. Había dejado una huella interminable.
Una huella roja, por supuesto. Y en el lugar donde antes tenía la perfecta posición de aquellos anátomos que le permitían hablar, había un grito sordo que pujaba por salir. Un grito sordo y lleno de pitidos en las orejas.
La fuerza había desaparecido. Y la rotaboca giraba en su mente imaginando de qué manera el silencio había llegado a apoderarse de ella teniendo tanto de qué hablar, teniendo tanto qué decirse.

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