28.10.08

RATA

La luz se apagó porque le llegó un botellazo desde el rincón. El mismo lugar donde el Rata después de fumarse un pito tiró la botella de chela que se acababa de tomar y salió arrancando. Corrió mucho, con todas sus fuerzas, hasta entrar a un callejón donde lamentablemente había un montón de gatos que lo estaban esperando.
Eran gatos de todos los colores. Gatos de la calle. Gatos pelados y peludos, con o sin cola, con o sin bigotes. Una gata se cruzó entre ellos y por algún instante los gatos dejaron de mirarlo. El Rata se dio la vuelta sigilosamente y sin mirar atrás comenzó a devolverse por donde había entrado, no terminó de girar su cuerpo cuando uno de los felinos se le tiró en la espalda y comenzó a morderle la cabeza. La víctima gritaba, aullaba, maullaba. No pasó nada.
El resto de los gatos se quedó mirando el frío espectáculo mientras la luna llena se asomaba por los edificios. Comenzaron a maullar todos al mismo tiempo, con maullidos largos y estridentes, maullidos de gatos tristes y asustados. La cabeza del Rata estaba abierta, corría sangre por el cuero cabelludo y ya se observaban los huesos del cráneo. El Rata lloraba y le pedía perdón a los gatos de rodillas.
Llegaba hasta suplicarles que el gato que lo mordió se bajara de él. No había caso. No pasó nada.
Sólo sentía colas inmundas que se acercaban a su cara, a sus ojos, a su cuello, a su cuerpo. Colas que lo inundaban, que lo rodeaban, que lo asfixiaban de a poco. Pero no lo mataron. No pasó nada. El Rata quedó abandonado. Cuando despertó, sólo recuerda que antes de morir una gata le mordió la cara hasta desangrarlo aún más. "Y dicen que las mujeres son perras", pensó antes de cerrar los ojos.

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