11.1.09

Piscina

El había olvidado todo, como el agua que olvidaba mi presencia en este momento. El caminaba sin mirar atrás, tapándose los ojos de improviso y a la vez conscientemente. El aparecía en mis sueños dentro de una piscina enorme, en la que yo estaba desnuda y apoyada en el rompeolas que daba a la pared. El se ponía cerca de mí, se acercaba, me daba un beso fugaz y desaparecía. Otras veces me agarraba los pies debajo del agua, me tocaba las piernas y luego salía para tomar el sol frente a mí, para que yo me diera cuenta de su presencia. Y estaba tan cerca de mí y a la vez tan lejos. Estaba, pero a la vez no. Estaba, y de repente se sentía tan ausente, que tenía que poner su mano cerca de mi boca para ver si respiraba. Cuando sentía su aire salir de la nariz, me quedaba tranquila y seguía nadando. Saliendo a la superficie, respirando y luego volviéndome a zambullir. El sólo me miraba y yo siempre sentí que con él me pasaba algo muy extraño: que podía estar frente a él horas sin hablar, sólo mirando al frente, sintiéndome tranquila y calmada con su presencia. Tranquila y calmada con su presencia especial. Que era sólo eso, la presencia del silencio. Y su gesto de siempre, de pararse medio ladeado, con la espalda encorvada hacia afuera, destacando el perfil de su cuerpo de una manera distinta a la del resto de la gente. Y su presencia era agua, sutileza, firmeza en los ojos, silencios en la boca. Un sólo silencio que salía de su boca. Un silencio lleno de palabras, lleno de gestos, lleno de querer tocar, pero no poder hacerlo. Un silencio que a veces era útil y que otras veces no servía para nada.
Una vez apareció en mis sueños cerca de mí y me decía que le daba miedo tocar mi piel. Le daba miedo, porque pensaba que al tocarme, me iba a volver aire y me iba a meter dentro de su boca. Le dije que no tuviera miedo, que no hiciera nada, que se quedara en paz. Que todo fluía, pero que así como podía suceder todo, no podía suceder nada. Todo fue silencio al final. Era un silencio exquisito, como un manto de seda que te envolvía.
Pero sus silencios me comenzaron a molestar y desearía que me gritara en la oreja lo que fuera, o sin gritar, sólo hablar y decir algo al oído, cercano, intermitente, sin ruido. O decirlo en silencio, pero otro tipo de silencio. Un silencio hablado, que parte de una gota de agua y termina en un vendaval ruidoso, como el estruendo del agua en un pedazo de piedra. Si alguien fue capaz de llegar a tí, no entiendo porqué yo no, si estoy ahí, nadando al lado, mostrándome como soy, sin caretas ni tapujos, así, transparente y a veces fría, como el agua, como esa agua, como aquella agua de los sueños. Sin ahogarse. Nadando siempre a la deriva. Siempre, como una sirena que desea romper un reloj de arena en el fondo del mar. Si sólo lo supiera, si tan sólo yo lo supiera. No era nada de ahogarse ni quitar el tapón. Nada de eso. Era nadar. Un movimiento sutil con intención.
Las luces amarillas comenzaron a parpadear en mi mente, y a lo lejos, tu espalda se va formando cada vez más concisa, más precisa, más formada y ladeada. Y ahí estás, y te quedas. Pregunto si esperas algo. Vuelvo a sumergirme. Salgo y continúas ahí. No cuesta nada dar un beso en la frente para desaparecer sin dejar de estar ahi. Si sólo supiera. Si tan sólo supiera.

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