7.1.09

BI

Una vela derritiéndose en mi mano, en las manos de alguien también. Cera de la vela cayendo por mi mano hacia el suelo en pequeñas y espesas gotas que apenas tocan el suelo se transforman en pozas blancas sólidas y resbalosas. Mis pies descalzos y al lado otro pie descalzo de alguien que no conozco.
Atrás de mí alguien me susurra sobre la cabeza que tiene la sangre dulce y espesa, como chocolate con mucha azúcar. Es una sangre que a veces se transforma en mermelada, me dice y que, como consecuencia de eso, se siente el cuerpo pesado y las venas inflamadas, con una velocidad lenta que abarca de la cabeza a los pies o viceversa. Cuando la lentitud viene de los pies a la cabeza es imposible caminar. Tampoco es fácil pensar.
La vela ha terminado de derretirse en mi mano y la persona detrás de mí se ha hecho un tajo en el dedo pulgar de su mano derecha. No es un hilo de sangre, es un cordón espeso que se deshace entre esa piel. Dice que no duele. No le creo, me acerco y acerco mi boca a ese dedo para probar el sabor. Es sangre, una enorme porción de sangre que sale por un dedo enardecido. Y mi boca dice que es dulce, que su sabor es dulce.

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