17.8.08

Pusilánime

Ya me he puesto el camisón, he prendido la vela que alumbra los papeles de mi escritorio. Desde mi ventana veo la luna llena, intermitente entre ramas que parecen manos de niños desvalidos. Lo tengo a usted en mi mente. Me he despertado a medianoche para escribir estas líneas. La tinta está gastada, pero mi pluma aún se desliza por el papel.
Mi mente está inquieta y no dejo de pensar en usted, en sus palabras, sus mandados, sus indicaciones, sus castigos.
Sus benditos castigos en la última pieza del castillo. En esa pieza oscura, en la que usted entra y me acaricia sin que yo lo sepa, en la que me dice cosas a los oídos con una voz que no es la suya, porque le ordena a otro que hable mientras usted me acaricia. No importa, yo siento su presencia.
La descubro por sus hermosas manos que me recorren la espalda, el bajo vientre, las piernas, la entrepierna, los muslos. Usted no dice nada, yo tampoco lo digo. Vuestra merced, el silencio me ahoga, que no daría yo por ser su doncella, que me acariciara en medio de la noche en mi desnuda alcoba de sirvienta. Todas las noches. Todas las medias noches, todas las noches de insomnio.
Al otro día, me mandas llamar severo, me dices que no aguantarás una más de mis desobediencias, aunque sabe que soy desobediente porque me gustan esos castigos, y usted me los da porque le gusta castigarme. Usted me habla, yo lo miro y con esas miradas nos quedamos ahí, pegados, a no ser que llegue otro y se incorpore a la conversación para que lo que usted y yo comenzamos quede en nada.
No hay mucho que pueda hacer, pues su merced tiene la palabra. Acepto castigos y mandados. Ciega me quedo. Muda me he quedado. Esperándolo a usted, que concientemente sabe que las noches de luna llena me quedo despierta en las afueras de su habitación escuchando cómo trata a sus amantes, cómo les habla, cómo les gime. Usted sabe que lo escucho, que me gusta estar detrás de las puertas. Y con más fuerza lo hace, cuando la puerta se entreabre y el crujido de la madera por el frío del invierno provoca más ruido del que hace. Y ve mi sombra. Y mi cuerpo traspasado por la luz que se filtra por la ventana del pasillo.
Ve mi perfil, mis senos, mi estómago, mi bajo vientre, la coqueta forma de mis piernas, mis pequeños pies. Hay veces en que lo he visto mirando mi sombra mientras está con sus amantes. Yo me quedo ahí. No pienso moverme. Y lo miro a usted fijamente entre la oscuridad. Y cuando usted acaba, me desvanezco sin que lo note.
Al otro día estoy sirviéndole como siempre. Como tengo que hacerlo. Hasta que decido contradecir sus órdenes y usted espera pacientemente el momento de castigarme, de mirarme a la cara fieramente, de echarme de su despacho, de mandarme a encarcelar al calabozo, porque cuando llegue la noche, usted se hará presente, me desnudará, me tocará y me dirá cosas al oído que son dichas por otro y planeadas por usted.

No hay comentarios.: