19.8.08

Minotauro

Roise estaba perdida en un laberinto de colores. Primero fue azul, luego rojo, de ahí celeste, ahora en tonos morados, siguiendo en una tonalidad indefinida que le ahogó la vista. Y los otros sentidos de su cuerpo. Roise siguió avanzando y no hizo más que caminar cuando su pie se trabó con una luz invisible que emanaba del suelo. Y ahí se quedó, mirando hacia arriba, tratando de imaginarse una salida en el techo (los laberintos son techados para evitar el escape) .
Tenía los ojos abiertos, lo que no la hacía inmune a la luz. Por eso, su pie se quedó trabado. Intentó prender un cigarro, pero de su mano comenzaron a salir pequeños enanos, casi minúsculos, que subieron por sus dedos y saltaron hacia su boca. Los enanos se metieron entre sus dientes y se quedaron pegados a ellos. Roise estaba a punto de explotar, casi con la lengua extraviada en su propio pensamiento, cuando el pie milagrosamente se libró de la luz que lo tenía atrapado.
Ahora Roise podía correr y lo hizo con todas sus fuerzas, mientras sus manos trataban de sacarse los enanos de la boca. No quería mirar atrás. Estaba cansada. Necesitaba salir de allí cuanto antes.
Sintió que había corrido mucho y se sentó a descansar. Sus ojos le ardían. Quería comer algo y no tenía nada al alcance. Estaba sola. Sola, con hambre y con sueño en un lugar que no conocía y que tampoco le llamaba la atención conocer. De pronto, una música estridente surgió debajo de sus axilas. Una música rara, que parecía provenir del roce de la piel de sus axilas que se juntaban una con otra. Y ahí, en esa música rara, ella se quedó en trance, mirando hacia el horizonte sin querer caminar, pararse, ni pensar. Se quedó así, en un estado paralelo a la realidad, cuando de pronto, cientos de hormigas aparecieron, formaron un círculo en torno a ella y le anunciaron que por la fecha de su menstruación era la elegida para salvar el Universo del Minotauro.
Ante ese anuncio Roise necesitó urgente una lata de cerveza. Una sola lata. Helada, recién sacada del refri. Apareció al instante en su mano. La abrió, la saboreó de un trago y tiró la lata lejos. "Ya, que el jodido Minotauro aparezca y sigamos la fiesta en paz".
Ella pensaba encontrarse con un gigante, pero lo que Roise no sabía, era que los minotauros toman la forma que más engaña a su contrincante. Por eso, lo que Roise vio ante ella fue uno de esos monos que no son otra cosa que tipos disfrazados de muñecos, de esos que trabajan en los supermercados, y que "alegran-acosan-asustan" a los niños. Ella comenzó a correr. Se había acordado del maléfico payaso de Mac Donald's que todos los cumpleaños de su infancia se colocaba a su lado para cantarle el "apio verde". A ella le daba asco, pero no porque fuera sicópata ni pederasta, sino porque tenía olor a vómito en la boca. Años después supo que la persona que estaba debajo del traje del payaso era una barrendera bulímica que necesitaba más plata.
Le pegó un combo al muñeco y éste la agarró de un pie antes de derrumbarse y de que ella se alejara. Roise comenzó a temblar para poder zafar su pierna de esa mano asquerosa, cuando el mismo monstruo se transforma en Jimi Hendrix cantando esa famosa canción de Bob Dylan, que no me acuerdo el nombre, pero algo de tower tiene. Roise decide que ya no más. Roise odia a Bob Dylan. Roise odia todo lo bueno. Roise quiso escuchar en ese momento una canción de Ricardo Montaner. No pasó nada.
Decidió ir, sacarse un calcetín, usarlo de cordel y asfixiar a Hendrix. Un asesinato puede acabar con todo lo molesto. No siempre, pero en el caso de Roise sí.

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