17.8.08

Elisa en el alcantarillado

Se hizo amiga de dos ratones nauseabundos. Anduvo entre vómitos, mugre, desechos, contaminación. Quiso volver atrás, pero siguió avanzando. Paró, paró por mucho rato y luego siguió caminando, con los dos ratones detrás suyo pisándole los talones y haciéndole cosquillas por las piernas. Elisa después los tomó en su mano y los tiró lejos. Ellos volvieron de todas formas y le lamieron la cara, las manos, y bajaron por su cuerpo hasta el suelo. Elisa ya no tenía muecas de asco, había aprendido a querer a los ratones.
Un día subió a la calle y caminó por el asfalto recién mojado por la lluvia. Se sintió fresca. Se sentó a descansar en la acera y luego vio cómo los pequeños ratones se tiraban sobre sus rodillas para morderlas con furia. Elisa lloraba, pero la gente que pasaba por ahí sólo observaba con asco como dos bichos inmundos le hacían daño a una mujer joven que no se los podía sacar de encima.
Después de unos minutos ella los tomó por el cuello a ambos roedores, les apretó el cuello una vez, luego otra, luego una tercera, una cuarta, una quinta, hasta que vio que esos dos soltaron un hilo de sangre por la boca.
Los botó, vomitó sobre ellos y decidió que volvería a ser anoréxica.

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