8.11.06

Mi boca sobre tu boca, sobre otros labios

Y ahí, en medio de innumerables agujeros hay dos pedazos de carne que están unidos y a la vez pueden separarse, esos vínculos cavernosos que producen innumerables paradas de pelos al juntarse con otros pares de labios húmedos, que se derriten, que están entre dientes. Pares de labios infinitos, sensibles, que dan y reciben sin parar, más allá de la piel, más allá de los sueños.
Están ahí. Para besar, para agarrar, para morder, para volverse inevitablemente suyos y míos. Nadie conoce realmente el poder de un beso. Nadie aprovecha de verdad ese instante en que te comes al otro con la succión cavernosa de un pedazo de cuerpo que nace de tu cara.
Y creas instantes, creas momentos, dibujas sensaciones tan fuertes como el pasar el dedo de tu mano sobre la espalda del otro, dibujando el contorno de su columna, sintiendo los recovecos de la piel que ya existen. Y el otro recibirá tu boca. Tú se la darás. Y en medio de esos dos agujeros nace el fuego, esa tibieza carnal que carcome una y otra vez. Que lleva al olvido, al éxtasis, a la sombra de demonios y sombras endemoniadas.

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