6.9.08

Esquizofrenia

Mi abuelo paterno tuvo esta terrible enfermedad. Nunca lo conocí. Cuando murió hace unos años mi padre quiso ir a verlo al Servicio Médico Legal y no lo dejaron. Mi madre me contó que a él le había dado mucha pena. La locura esquizofrénica es fatal, si no se controla. Mi tía, la hermana de mi padre, también tiene esta enfermedad, absolutamente controlada, pero hace unos años me acuerdo que ella se descontrolaba con facilidad y cuando le daban las famosas crisis trataba a garabatos a todo el mundo, levantaba la mano y los golpeaba.
A mi padre lo ofendió varias veces: "hijo de puta, concha de tu madre". Mi padre obvio no le hacía caso porque era un estado alterado de conciencia. Una vez se sacó los dientes. Con todo. Quedó solamente con las encías al aire. Y sangrando. Y ahora usa placa dental. Yo nunca supe porqué siendo tan joven usaba placa dental hasta hace poco tiempo. A ella yo la adoro, es como una niña pequeña. Lo peor de la esquizofrenia es que te destruye las emociones, la capacidad de expresar lo que sientes. Ella no dice "Andreíta, te quiero mucho", tampoco llora en los funerales y en las fiestas sólo se ríe porque alguien se ríe con fuerza o yo, que tengo una manera estruendosa de reírme, me carcajeo al lado de ella. Mi tía lo único que hace es esbozar una sonrisa. Un borrador de sonrisa. Una idea de sonrisa. Un esquema de sonrisa. Un símbolo del sonreír.
A veces pienso que si ella no hubiera tenido esquizofrenia habría sido una excelente profesora de gimnasia, una bailarina de ballet aficionada, tutora de danza árabe, una mujer que viviría haciendo fiestas de disfraces, tertulias literarias, juntas con los amigos. Ella estaría viviendo con alguien y le gustaría pintar flores al óleo. No viviría con mi abuela, no tendría el pelo rojo, no dejaría que la peinaran, no se vestiría entera de lila como mi abuela dice que le gusta vestirse. Creo que hay días en que quiere vestirse de negro, pero su enfermedad le impide expresar lo que siente. Ý fumaría como yo. Y tomaría como yo. Esto es como pedir de vuelta a Ignacio, mi tío detenido desaparecido aparecido. Imposible. La vida de la familia habría sido distinta. De repente es una de estas ocasiones en que me pregunto si el destino es así, ¿porqué es así?, ¿porqué? No hay respuesta. Las respuestas están en alguna parte que no sé donde está.
Por mientras, procuro seguir mi destino. Mis dioses me siguen a todas partes: Buda, para la templanza; Afrodita, para el amor y la belleza; Flora, porque amo la naturaleza y Lakshmi, de la buena fortuna, para una vida plena. Y detrás de ellos, están mis fantasmas, que siempre me acompañan: la abuelita Soledad (que a sus 89 años andaba diciendo a todas las más jovenes de la familia que las mujeres tienen que ser putas en la cama para que el marido no se les vaya), el tío Ignacio, mi tata Julio, más rajadiablos que otro y alguien más que no sé quien es, pero que siento su presencia firme. Ese ser invisible de repente se sienta en los pies de mi cama. Y no hace nada más. Si fuera un maleficio no me dejaría dormir.
No tengo esquizofrenia, pero a veces me doy cuenta que estoy loca. A veces, sólo a veces.

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