5.4.08

Silencio en mi voz

Es que cierta marea me cubría de pies a cabeza, dentro de un espacio uniforme, no identificado. Un espacio tranquilo, abierto, no conocido. Un lugar plomo, casi grisáceo, que recordaba a la esencia del carbón, un camino detrás de mí que se formaba y dejaba de formarse. Una hilera de gente subterránea, desconocida e indiferente a todo. La marea los cubría a todos y me dejaba llevar por ella, como una sinuosa vertiente aérea que me movía a todas partes. Sin sentir mis pies, sin poder palpar bien lo que hay debajo de ellos. Sin resistencia, sin movimiento casi, porque todo era como darse vuelta en sí mismo, con el propio eje de la cabeza, siguiendo una ruta no marcada, sino el dejarse llevar por la veleidad de los pasos, la incongruencia del caminar, la chuecura lumbar, los ojos perdidos. Y una enagua negra enredada en la bruma, como hojas de papiro que se pierden en un aire que quiere ser visible.
Y luego, volver la cabeza hacia atrás, como buscando responder a alguien que de una voz omnipotente te grita una orden que nadie quiere obedecer. Luego, volver a la inercia, al mismo camino del aire que quiere ser visible. Y todos caminan, con la piel cada vez más gris a causa de ese viento que se forma y así, entre todos esos movimientos, las manos se caen al suelo, despegándose instantáneamente de los brazos, sin sangre, sin venas, sin dolor. No hay manos, no tenemos dedos para tocarnos. Nos queda la cara abierta y deslavada, la honestidad de las pupilas, la claridad de la boca, la mudez de una garganta que está situada en un cuello que puede ser de muchas formas.
Y el sol, que más parecía luna encorvada en medio de pedazos de algodón deshilachados, gritaba, gemía, se absorbía el pensamiento de todas esas mentes para gritarlos de vez en cuando en un hilo de sangre que caía del cielo. Liberación. El lado viviente de la sangre, la caída de todos los pómulos y el resurgimiento de las sonrisas, en un cuerpo liberado de la miseria al caminar tanto tiempo por una ruta que no tiene fin. Eran los fantasmas de cada uno. Mis fantasmas estaban conmigo y me recogieron las manos del suelo para volvérmelas a poner en los brazos. Mis pies caminaban más rápido, la luz se hacía clara y más ruidosa ante los ojos. Era el comienzo de otro camino, que era el mismo.
Y de nuevo, todos vuelven a mirar hacia atrás. No es nadie quien habla. Es un hilo invisible que rozó las espaldas y provocó un giro automático. Pararon (paré) de caminar. Me senté (nos sentamos) y así nos quedamos invisibles, en un mundo iluminado. Un nirvana de todos. Una taza de café frío. Y la vuelta comenzar la vida de todos los días sin pararse de la cama, con el tubo conectado a una máquina enorme que nos programaba todas las horas, todos los instantes, desde el despertar hasta el ritual de cerrar los ojos para dormir.

No hay comentarios.: