8.8.07

Pollo con chocolate

Pequeños trutros envueltos en papel de aluminio se chorrean dentro de mi boca. Y el aluminio se mete dentro de mis dientes y una sensación rara abunda en mi mandíbula, que al abrirse y cerrarse pareciera que una tormenta acaba de explotar dentro de ella. Una tormenta de metal, plagada de pliegos que se meten entre los dientes y lentamente se transforman en fierritos que no te dejan hablar. Y así, los fierritos crecen, se adaptan a tu boca y la van cerrando completamente , hasta dejarte con un cierre eclair que es tan corto, que tus manos amarradas no alcanzan a desprenderlo para que puedas liberar el aluminio que se ha metido ahí. Y te duele, y el hielo te ha hecho tiritar, pero tiritar a medias, porque el pollo fue directamente por tu garganta hacia el estómago, sin ser deglutido correctamente en la boca, sin la paz del comer.
Y te atragantas, primero despacito, después más fuerte, luego violentamente. Y tu cuerpo se vuelve verde venoso, después más oscuro, de ahí morado y por eso sientes que de pronto un palmazo te llega en la espalda y vuelve a salir el pollo medio desarmado, rodeado de pequeños fierritos. Te has liberado de una muerte cruel y estúpida. Te das vuelta y el tipo que está atrás tiene una barra de chocolate en sus manos. Se ríe, te limpia la boca, te desata los dedos y luego, te coloca un tierno pedazo de chocolate en la boca.
No. No deja que lo tomes con las manos. Y así, aprovechas esa deliciosa instancia para volverte diosa. Y estás ahí con toda la boca llena de chocolate derretido por la temperatura de tu boca y luego, agarras tus manos, pero no, el tipo mete su boca suavemente en la tuya y con ternura te va limpiando poco a poco. Sólo tienes la boca abierta y los ojos estúpidamente abiertos. Ahora los cierras, te involucras en el beso y de pronto él se va. El pollo regurgitado está sobre tu falda.









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