18.12.06

Los perros de Marte

Estaban ahí. Tirados sobre la cuneta derritiéndose bajo la luz del sol. Encuentran las sombras, pero persiguen a los humanos. Ellos también lo son aunque no se den cuenta, aunque todos los ignoren, aunque pasen por cualquier cosa cuando deambulan como zombies por la calle. Y así siguen, marcando el paso por una ruta invisible, que lleva a ninguna parte. Y tienden la mano, la tienden y no reciben nada. Tienen los agujeros de Jesús. Y los dedos, llenos de callos y magulladuras que marcan el diario vivir, su paso terrenal por esta tierra de nadie. Algunas monedas les servirán de algo.
Son mendigos, que pululan por cualquier parte, que usan ropas añejas y hace días que no se bañan. Algunos huyen de su pasado, otros intentan tener un futuro. Hay hombres jóvenes debajo de esas ropas. También hay seres que no tienen sueños. Han perdido la capacidad de sentir bajo el alcohol que se acumula en su cuerpo, en sus huellas, en sus paupérrimas señales de vida. Eso no es pobreza. Es algo peor.
Hay ricos que terminan así. Despilfarran todo y la vida se les va. Es terrible, casi impensable imaginar lo que podría sucederles en un momento de debilidad o al defenderse ante los neonazis. O que alguien los pateara en el suelo porque los confunde con perros al momento de dormir. No son perros, pero más de algún imbécil los rebaja a esa categoría. Y duele. Por algo dicen que el hombre es el animal más salvaje que existe. Ningún otro animal hace daño por la mera intención de hacerlo. Como si otros seres humanos por ser menos tuvieran el derecho de ser agredidos. Maldita estupidez.
Es el realismo, que a cualquiera le podría tocar ver en cualquier lugar. Creo que lo único que piden es respeto. Y algo para comer. Y monedas para el alcohol. Son los perros de Marte, que les digo yo, tan dignos y botados en la acera desde el amanecer hasta que el sol desaparece.

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