29.8.06

Fiebre de sábado por la tarde

Creo que a todo el mundo en algún momento le ha tentado la idea de ser el Rey o la reina de la noche. Con luces, la bola de pedacitos de cristal, música de la Donna Summer y demases. Ser el Rey o la reina de la pista. Seducir a todo dar con las instrucciones Funk que vienen en la cajetilla de los Pall Mall naranjos. Y que te miren, te observen y que por favor, ningún fiasco se cruce en tus pies para poder dar los pasos perfectos. Y las luces se prenden y se apagan.
Los cuerpos se mueven. Los ojos se cierran y todo vibra. Todos y todas quisimos o queremos ser en algún momento como Tony Manero, el rey de Fiebre de Sábado por la noche, con su peinado perfecto, su traje impecable, la camisa planchada y limpia, y el rostro seductor. Reconozco que su síndrome está en mí porque amo bailar sobre el escenario (con más gente, obvio) y siempre sabiendo que soy observada, que alguien tratará de observar mis pasos e imitarme, que algún tipo opinará lo sexy o no que puedo moverme y, porqué no, observarme en el espejo para dar mi propio show. El mundo de las luces alucina...más de alguno debe haberse vuelto loco por querer ser como Tony Manero, ese James Dean de las pistas de baile, ese que se movía con cierto aire al decadente Elvis para luego despertar, hacer la vida de día y continuar con los dramas que la noche borra.
La noche borra los problemas. Anestesia. Te olvidas. Es como si el hecho de bailar te aislara en una burbuja de felicidad que no necesita ácido de por medio. Felicidad. Me encanta ser y sentirme feliz. Me gusta comparir la felicidad con mis amigos y sentirme cómplice de la energía. Nuestra energía. Donde sea que ésta esté.
Todavía no entiendo como costó que adivinaran ese personaje. Igual debo confesar que me lo imaginé altiro. Es que era como su alter ego pensado por mí. Un arcoiris de disco-dance a lo años 80, con el infaltable copetín en el peinado, los dientes albísimos, los zapatos lustrados y el mejor bailarín abajo de la luna.

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