5.8.06

Blanc, rouge, mort, nieve, delirio blanco

Siempre he pensado que la muerte sería mejor en la montaña, durante un asesinato imprevisto, con ciertas causas y consecuencias que nunca se supieron a tiempo. La vida es roja y blanca. Pureza y muerte. Vida y melancolía. Esperanza. Cierta desesperación. El frío. El dolor. Cuando un cuchillo se clava en la piel y te hace doblegarte de dolor hay un instante preciso en que el cuerpo se dobla, se estremece y luego la piel cambia de color para dar paso a lo estático. Lo que no se mueve. Lo inerte. La no vida.

La imagen precisa que tengo en mi retina es una hilera de sangre que corre por la nieve velozmente, para dejar su huella fatal en un rincón del no paraíso. Cuando corre la sangre por la nieve, bastará que ésta se derrita para que no quede evidencia de lo que pasó. Nadie sabrá que en ese lugar alguien mató a otra persona. Un cuchillo afilado es lo que rememora la forma de la caída roja. Y ahí, en medio del cuerpo inerte, está la huella del que quiso matar, mató y huyó tan rápido como sus pies lo permitieron. Quizás tendría un abrigo blanco y así se mimetizaría más fácil en medio de los bosques y los árboles que están nevados también. Los pájaros dejarían de cantar. Los animales se esconderían. Y el olor a muerte reemplazaría la gelidez del viento que corta la piel cuando te cruzas por él. Por su ritmo, por sus ángulos tangentes carentes de humanidad. Simplementen cortan. Rasgan, rasguñan, roen, destruyen.
No habría sentido tanto morbo por ver las vísceras de alguien tiradas en la blanca nieve recién caída. Y que luego llegara una bestia salvaje y la devoraría. Se la comería con el gusto de enterrar sus colmillos en las entrañas. Y sentiría el olor de la sangre. Me carcomería a mí ahora. Y en medio del dolor esperaría los rayos del sol. Que aunque existieran no me ayudarían a recuperar la tibieza. Queda la redención interna. Queda la falta de sangre en los caninos. La boca cerrada. Los ojos abiertos y las pupilas perdidas en un universo infinito y desconocido. Todos los asesinos terminan ciegos. Basta darse cuenta de la pérdida de la memoria y el devenir de los pájaros que una y otra vez te carcomen las entrañas y no te dejan huir.

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