8.12.08

El hilo rojo

Amarrado a la puerta en la manilla de bronce, seguía por dentro de la oscuridad para amarrar los pies de ella y de la otra ella, la madre y la hija, que estaban unidas por los pies, por lo que donde estaba una, la otra la acompañaba a la fuerza, a la fuerza de la costumbre, a la fuerza de la intemperie, a la fuerza de los no sentidos-no hablados-no dichos. Y ellas se quedaban ahí, solas, mudas, haciendo lo que tenían que hacer, cada una en su mundo propio, en su mundo cerrado, en su fiesta de orgullo y soledad. Hasta que un día el hilo rojo se cortó, y la oscuridad dio paso a la luz de los sueños no cuerdos que se unen en la mente de las dos ellas, quienes salieron, se dieron cuenta de su falso encierro. Dentro de la casa, una maraña de hilo rojo esparcido por todas las habitaciones de un lugar que, ahora, estaba vacío.

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