22.7.08

RoJo

Hoy desperté rojo. Me desperecé rojo. Abrí un ojo rojo, luego el otro en rojo, después me estiré como un gato en rojo, eché las sábanas atrás. Me acordé de tí en rojo. Luego, te soñé despierta en rojo. Me levanté en rojo, mi ducha fue roja, me sequé lo rojo de la piel con la toalla roja. Tomé un café rojo con leche también roja. La palta estaba roja cuando me la eché en la boca y la madrugada tenía tonos bermejos. Los paisajes del amanecer por la ventana roja eran bellamente tornasolados y borgoñas. Tuve un día en rojo. Sentía un sabor extraño en mi boca, mezcla de como haber estado sin lavarme los dientes en tres días, un ajo partido y echado a la fuerza en mi boca, un poco de sangre chorreando de mis encías. Quiero un vestido con encaje que sea entero rojo, zapatos rojos de charol, mis labios rojos, tus labios rojos después de besarte de sorpresa. Me gustaría tener un plumón rojo sobre mi cama y bajo ellas unas sábanas blancas de seda o satín. Quiero casarme vestida de rojo, con un cura que no sea cura que tenga un sombrero de esos de mago de color rojo. Quiero que mi mundo sea rojo todo el día.
A veces sueño en negro y todo es negro por 24 horas. Mi despertar, mi desayuno, mis rutinas y las lentas horas del día. El negro es un color lento, que me oscurece por dentro y por fuera. La luz no existe. Cuando despierto negro, es como si estuviera ciega. Todo lo peor de mí aparece de repente y es imposible frenarlo. Mis noches de esos días son de insomnio, porque al no haber nada claro no distingo la sensación de soñar con la de estar despierto. Es un estado de constante vigilia y en mi boca tengo sed y sabor a orégano todo el día. Me cuesta tragar y por mi cuello siento que suben serpientes de mentira. Me gustan esas serpientes, es como laxante que se devuelve, que transforma todo en algo suave y artificial.
Y hay otros días que despierto en vidrio, que todo es transparente y ahí me asusto porque veo el otro lado de mí en todas partes. En la calle, en mi cama, en mi cabeza, en el techo de mi habitación, en las paredes de la oficina, en los recovecos de mis pesadillas, en tí, en tu presencia de todos los días, en mis presencias y ausencias de todos los días, que me hacen moverme en un espejo que se ha transformado en mi sombra y en algo que me persigue todos los días.
No me gustan los espejos. No me gustan los espejos que se transforman en reflejos desconocidos en la oscuridad. No me gusta mucho mirarme en los espejos, es como perder la esencia de uno mismo de manera inconsciente, como si ese vidrio te absorbiera y te soltara sin nada dentro. Evito mirar a otros en esos días de vidrio. Esos días, me dan ganas de ser una chica normal, de levantarme temprano, ducharme, salir a trabajar, conversar con todo el mundo, descansar, volver durmiendo a la vuelta, llegar a casa, andar en bicicleta, comer y acostarme temprano.
Pero, es distinto, todos saben que es distinto lo que uno hace de lo que uno piensa, porque me puedo levantar sin colores en mi cabeza, pero me levanto temprano y atrasada, me acuerdo de lo que soñé y cuando no me acuerdo me da lata, me levanto lentamente, tomo desayuno con una taza de café bebido de pie a la rápida, me voy durmiendo camino al trabajo, en la oficina me tomo otro café, hago lo que tengo que hacer como autómata, almuerzo rápidamente, pienso en la lenta que está la tarde, en lo poco que calienta la estufa, en lo frío que está afuera, en lo falso pero brillante que es el sol de invierno, en la energía que tengo, en agradecer por todo, en llegar a la casa, comer, detestar al dentista, ver televisión, hacer zapping, acordarme de tí, ir al baño, sacarme las cejas con la pinza, acostarme, ponerme pijama, o mejor dicho la polera y el pantalón para dormir, cerrar los ojos, agradecer por todo lo que tengo, volver a abrirlos, cerrar la puerta, abrir la puerta, darme cuenta de los colores que tengo, agradecer por ellos, levantarme, bajar las escaleras, fumarme un cigarro, desear que sea verano para que veas mis pies en el agua, transparentes y sentirme fresca.
Todavía es invierno, todavía no hay flores, todavía es tiempo de hibernar. Sueño más que en el verano, intento descifrar el papel que cumples en mis sueños. El otro día soñé que me escuchabas hablar de una estupidez como si dictara una cátedra ante un auditorium repleto. Me mirabas sólo a mí. No había nadie más, y mientras yo me daba cuenta que sólo tus ojos se fijaban en mí, mis palabras se atragantaban, se hacían pesadas, pausadas, casi atragantadas, luego fueron las sílabas, posteriormente las letras, luego los sonidos, pronto las insinuaciones de lo que quería decir, de ahí mis pensamientos que se atragantaron en mi boca hasta volverme muda. Y así me quedé, muda, mientras tú, el único en aquel auditorio gigante, aplaudías de pie. Me importas. Sé que te importo. Hay un silencio que nos separa y lo entiendo.
Me gustaría gritarte en la oreja hasta que de ella saliera un hilito de sangre que me explicara que entendiste. O una señal, algo pequeño y sublime. Soy un hada madrina. Alguien silenciosa y sigilante. Un hada madrina con los pies torcidos, los ojos brillantes y alas invisibles. Alas enormes e invisibles. Ah! y en medio de mi frente baila un pájaro de color azul, con alas también invisibles, pero que al sol se ven de color azul.
Esto mismo era lo que decía en el discurso. Me salía baba por la boca como una lluvia asquerosa. Me limpié la baba y desperté. Estaba mi almohada mojada y la mejilla que apoyé en ella también lo estaba.

No hay comentarios.: