8.7.08

La señora Gallina

Ciega, sorda y muda en su propio círculo. Ahí estaba la gallina con su ropa ensangrentada, cacareando entre sus plumas sórdidas, picoteándose su propia piel hasta dejar caer la sangre en pequeños hilitos que ella misma se lamía. La Gallina vivía en la esquina de la cuadra donde estaba mi casa. Era alcohólica y tomaba sin cesar todo el día. Derramaba el alcohol en las plantas, en la ropa que lavaba, en la ropa que tendía, en la cazuela que cocinaba, en el perro que cuidaba el hogar. Echaba el alcohol en su propia mierda, en su piel, en su pelo. Se duchaba con la botella adentro de la tina, pero tapada eso sí para que el agua no echara a perder el sabor del alcohol.
La hija también tomaba, el marido la golpeaba, el hijo mayor le robaba el dinero que le dejaba el padre para las compras del día. Esa casa no era una casa, era un gallinero. Hasta el perro se veía más limpio que toda la familia junta.
Y nadie dejó de beber, hasta que un día la Gallina se levantó temprano, los mató a todos uno por uno, descuelló al perro, se bebió su sangre de tan ebria que estaba, se sacó la ropa, se fue en pelotas a la calle, entró a la panadería, se comió una marraqueta caliente, arrancó de los pacos, entró a la casa, sacó un cuchillo, se cortó el cuello y ella misma se desangró en esa casa donde el aire no entraba, donde el aire apestaba, donde el aire hedía a alcohol macerado en el tiempo y en la miseria.

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