6.9.07

Un cuento roto

No sabía porqué despertaba a medianoche con el recuerdo de su propio rostro en el techo de la habitación completamente ensangrentado, con la boca abierta, chorreando sangre oral, por los dientes, detrás de los vericuetos de las orejas. No sabía porqué ese rostro gritaba, con un sonido agudo que espantaba los velos de su blanca enagua. No sabía porqué trataba de emular los gritos de los fantasmas saliéndose de su propio cuerpo, tratando de agarrarse de las sábanas y no pudiendo, sintiéndose ignorada en ese sueño farsesco y terriblemente oscuro.
Recuerda que su pelo también chorreaba sangre, casi desde las raíces hasta las partidas puntas, colocándolo de un color semivinoso, haciéndolo sentir espeso con la caída del plasma, espeso, casi con el insoportable movimiento del mar, que una y otra vez meneaba sus cabellos, haciéndolo chorrear sangre por todas las paredes. No sabía porqué no podía dejar de gritar. Algo espantosamente horrible escapaba de sus manos húmedas por ese líquido humano, su propio líquido. Ya la sangre había perdido la temperatura corporal y era simplemente una capa líquida, oleosa y fría, que caía por su cuerpo, se marcaba en el frío de sus pezones, en la perfecta silueta de su cintura, en lo caribeño de sus caderas y en los muslos que la llevaban al suelo. No sabía porqué sentía tanto, pero tanto, tanto frío, que al despertar e ir al baño el mismo grito se repetía porque habían huellas de sangre seca sobre sus brazos, en su pelo tieso, en las axilas carcomidas por el sudor, en su garganta cerrada por haber gritado tanto, tanto, que ya no quería más, ya no quería dormir más, no quería volver a tener esos sueños. Era la venida de la muerte, la esperanzada y temida muerte detrás de su puerta. Un gato blanco que tenía los ojos rojos. No le quitaba los ojos rojos de encima.
Recuerda que la primera vez que tuvo esos sueños fue cuando asistió al dentista. Le dolió tanto que le sacaran una muela, que esa misma noche soñó que su boca se llenaba de sangre a borbotones, que exudaba ese líquido rojo que se venía como un vómito incontrolable, primero subiendo por la garganta, luego llegando a la boca, explorando el paladar, dando forma a la mandíbula, y ensuciando los dientes con una tinta escarlata. Abría la boca, se miraba en el espejo y veía miles de alicates que corrían a romperle su dentadura con la fuerza del metal. Sentía que sus ojos se volvían blancos, estaba a punto de desmayarse. Nunca veía la cara de su dentista. Simplemente la sangre emanaba. Y al limpiarse, los dedos rojos, rojísimos, excepto las sinuosidades que forman las huellas digitales. Pedazos de piel en medio de un universo rojo. No podía escapar de ahí. Y de nuevo el grito, la desesperación que la llevaba a sacarse el pelo a manotones y no dejar de sacar los ojos del espejo, viendo la sangre que chorreaba de su boca, sin parar, sin poder ser detenida siquiera por sus manos.
Pero un día supo que la sangre que emanaba de ella en los días de la menstruación era la incapacidad de quererse a sí misma. No lo consideraba la capacidad de dar vida, sino que al contrario, eso representaba la muerte de su propio útero. La falta de cariños que rodeaban su cama y su habitación, el miedo a las polillas que brotaban de su interior en un manantial sucio y repelente. Era la incapacidad de ser amada. La incapacidad de amar que no podía salir de sus ojos tuertos y torcidos. Su falta de anhelo en la vida, al estar condenada a estar en una silla de ruedas para siempre. Con los brazos cortados y las piernas inundadas de necrosis. Piel muerta, sentidos muertos, nada quedaba de ella. No había nada que hacer más que dejarse mover por esa estúpida mujer que la cuidaba y que, a veces, la dejaba encerrada en esa mísera habitación de hospital que no tenía luces. La sangre era la oscuridad. La oscuridad que corría de su propia boca en un grito agudo plasmado en el techo de la habitación.

2 comentarios:

D.E.S.A.V.I.T.A.R dijo...

me gusta lo que escribes
es delirante

besos

D.E.S.A.V.I.T.A.R dijo...

me gusta lo que escribes
es delirante

besos