21.7.06

Obsesión lírica

García Lorca. Ignacio Sánchez Mejías. SANGRE, MUERTE, RITMO QUE CAE LENTAMENTE. Cierta locura preñada en versos que son escenificados por cuerpos que caen...Y las cinco de la tarde...¿se han transformado en la hora fatídica?, esa hora de las emociones...de las fatalidades que llegan juntas...
La amante de Ignacio a las 5 de la tarde.
Malditas cinco de la tarde. La hora trágica. La hora de la muerte que hace olvidar las doce de la noche. Nadie quiere saber acerca de las cinco de la tarde. Se deja de respirar, los pájaros huyen lejos. Un niño muere, un hombre se suicida, una anciana se tira de la azotea de un edificio. Las hojas se detienen y los amantes dejan de estar juntos para separarse en un vuelo de soledad. Soy la mujer que se pinta de sangre para evadir la muerte de su amado y a la vez, aterrada por las cinco de la tarde, que como un martillazo se repiten una vez tras otra en mi cabeza, hasta volverme loca, hasta dejarme ida, hasta atarme fuera de la realidad por la pérdida, por no querer reconocer la pérdida, por el miedo a la pérdida que me marea, me envuelve, me disloca. Soy la amante errante, la amante de Ignacio sola, herida por una causa del destino no esperada, sentada en una silla, luego volando, reptando por el suelo, enroscándose y a la vez marcando mi cara con la sangre de mi amado, mientras las campanadas de las cinco de la tarde resuenan en mi cabeza. Y las teclas de un piano, las teclas de un piano melancólico me recuerdan esas campanadas de ese fatídico día. No puedo escuchar las teclas de piano. Tristes, solas, abandonadas, con la carencia de lo afectivo, el amor que ya no está, ese hombre valiente que se fue, mi hombre valiente, el que esparció su sangre por la arena para dejarme sola, para abandonarme, para dejarme volar por los aires sin alas. He comenzado triste, de a poco me vuelvo loca. Me mancho de sangre, me ciego los ojos. Soy una mujer que pulula por un terreno sin lugar, sin nombre, sin sonido, sin sentido, que se encierra en sí misma, en su recuerdo, que termina con los ojos vendados y que así, una y otra vez, como Prometeo encadenado, siento que los pájaros se devoran mi alma para recordarme el dolor del hombre, mi hombre, que ya no está.
Lo recuerdo, lo siento, lo huelo, lo deseo aún. Recuerdo su piel, su olor, su tersura, su deseo. Recuerdo sus caricias, sus palabras, el movimiento de su cuerpo al momento de torear. Quizás podría estar simbólicamente en una silla en el centro de una arena de toreo. \n Estoy sola, sin público, sin gente. Sólo yo y mi pena.Siento vino. Quizás soy alcohólica. Me he vuelto alcohólica y en medio de ese éxtasis de dolor podría confundir el vino con la sangre de Ignacio. La bebo, la siento, la huelo, me la paso por el cuerpo, pensando que se acopla con mi piel y así él vuelve a ser parte de mí. Y se marea más que con el alcohol mismo. La sangre, el vino, quizás para mí Ignacio era mi ídolo, mi Dios, mi "Jesús".
PD: Mierda, mierda, mierda

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