13.7.06

Niebla, malditas invisiones

Hoy, cuando volvía de mi trabajo a Santiago con la maldita rutina de viajar todos los días a Los Andes, me encontré con un mar de niebla que se tragaba los árboles, escondía los cerros, devastaba la presencia fortuita de los animales en el cielo y en la tierra. No había vuelos, ladridos, ni presencias esqueléticas en ninguna parte. El peso del sueño me cegaba la conciencia. La adormecía. La llevaba lejos, a aquellos rincones donde el cerebro se vuelve agua al estar en contacto con los sueños, los deseos, las incongruencias del ser humano que avanzan y retroceden cada cierto tiempo. Las incongruencias del ser mujer, de esa típica sensibilidad que agota, agobia, ahoga, vuela y sobrevive a pesar de los encomios de ciertos laberintos que se hacen presentes en oráculos invisibles.
Podría ser la versión femenina de El Principito. Una mujer en mente de niña que sueña con ver una serpiente dentro de un sombrero, visto como el cuerpo de una boa gigante que acaba de devorárselo. Sería la boa o el sombrero. O quizás una rosa pretenciosa que quiere un mundo sólo para ella. O un simple aviador que cayó en el desierto y está perdido. No podría ver triste al Principito. No concibo ser vista como alguien triste. No me gusta que me vean llorar. Tampoco que me vean vagar. La vida tiene altos y bajos. Me gusta que me vean volando.
Y vuelve la maldita niebla, con su manto semitransparente, que de tanta agua, tanto aire, tanto secreto envuelto en pequeños pedazos de recuerdos y miserias te atrapa, te ciega, te lleva a ciertos rincones que nadie descubre, más que tu propio explorador interno. Como una libélula. O una tarántula tratando de comer algodones. O nieblas asesinas, en forma de olas enormes, que te atrapan en sueños. Sólo si dejas la ventana abierta.

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