21.6.06

Ciudad de zombies


Ya no hay luces después de las siete de la tarde. Todo se vuelve oscuridad y pequeños vapores se toman Santiago. A veces, las luminarias suelen verse borrosas. Y no sé si la retina de mi ojo está preparada para acostumbrarse a esas visiones. La gente ha comenzado a hablar de la vida mientras se congela bajo los paraderos de autobuses. Anoche en vez de suspiros salían pequeños humos antárticos de la boca. Los labios se me han partido y cuesta acostumbrarse a la tibieza de una estufa. La piel de a poco recupera su sensibilidad. El invierno se ha tomado Santiago. Y nuestros cuerpos han sido invadidos por la reina de las bajas temperaturas. Cuesta despertar en las mañanas.
Lo único que me gusta del invierno es la frescura de la mañana, mientras se respira un aire nuevo y la punta de las narices se transforma en un pequeño vendaval de estatuas. Ansío la luz y la calidez del verano. Aunque dicen que estos meses serán cortos, los días se me hacen interminables y cansinos. No hay forma de desperezarme. Amén, la rutina de estos días me mata. El trabajar fuera de la ciudad también. Y el fútbol me ha decepcionado a excepción de Italia, Croacia y Portugal. Y no hablo precisamente de las estrategias del juego. Las mujeres algo entendemos de fútbol aunque no es un mal pasatiempo mirar las piernas de los jugadores. O ver cual de todos es más mino cuando cantan el himno de su país. Me quedo con Schevchenko de Croacia. Mi hermana lo vio primero eso sí. Pero también me llama la atención Figo. Y varios más.
En todo caso, algo del Mundial ha roto la monotonía de estos días. Y los bocinazos en la Plaza Italia reclamando por el alza de la bencina. Y ver la gente que camina apurada al metro para llegar a casa. Esos desperezamientos son ciertas muestras de calidez que rompen la cara de zombies que traemos todos al anochecer. Y que se acentúa en el invierno. Porque en verano queremos calidez para que la noche no termine nunca.

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