10.3.06

Sin riesgo no hay desafío


Mañana antes de mediodía debo estar en los faldeos de la cordillera, en la comuna de Peñalolén, para dar mi examen de admisión pa la Escuela de Teatro de Héctor Noguera. ¡Fascinante y a la vez adrenalínico! Es obvio que hay una cuota de temor, pero quien no se arriesga no puede lograr objetivos. Siempre me he arriesgado para lograr lo que quiero y esta no es la excepción. La semana pasada estuve a punto de achaplinarme, pero como le he dado tanta vuelta a la evolución de mi vida, creo que es necesario pasar esta prueba para comenzar una nueva etapa.
Necesito hacer teatro, el alma me lo pide. Necesito estar arriba de un escenario. Necesito entregarlo todo. Creo que siempre he sido apasionada para mis cosas y las personas que me conocen saben que es así. Las personas que saben como soy saben que lo entrego todo y muchas veces sin pedir nada a cambio. Saben que soy incondicional y leal con la gente que realmente se lo merece.
Mañana un buen amigo mío, el Mao, va a estar en Pichilemu para subir la ola de su vida en su pasión acuática: el surf. Sé que le va a ir bien, pero igual me preocupa el hecho si va a quedar bien parado, o al menos sin accidentarse gravemente. En todo caso, creo que hay que tomar las precauciones para todo: si va a salir bien o mal, pero siempre con una cuota de optimismo.
Por mi parte, soy optimista, porque ya he estado parada arriba de un escenario, con público, dominio escénico, movimiento y sobre todo actuación, que no es nada de fácil. Menos imaginarse una cuarta pared, con un personaje en el alma y en el cuerpo, una intención y un objetivo en la historia.
Todavía tengo en la mente el personaje de Clara, en Las Sirvientas de Jean Genet. Mucho tiempo me sentí identificada con ella. De hecho, había días en que me despertaba pensando como ella, viviendo como ella, inmersa en su propia historia de tragedia humana, esa perversión que genera la locura ante la desesperación de no poder evolucionar más allá de ser una simple empleada. Como recuerdo esos ensayos, con mucho sacrificio y amor por la escena, con mucho miedo de no hacer todo perfecto, hasta que el día de la función todo salió bien, con lágrimas naturales incluídas. O la Yola de La Remolienda, con esa enorme chasquilla que hacía reír a todo el mundo cuando coqueteaba con el Nicolasito.
Nadie conoce el teatro hasta que lo vive, y vivirlo ha sido una de las experiencias más orgásmicas que he conocido. Una mezcla de euforia que sólo entienden los adictos al escenario. Los adictos al teatro y las emociones. ¡Mierda, mierda, mierda!

1 comentario:

Hermansineme dijo...

Alguna vez en el pasado, participando del teatro estudiantil, talleres del Ictus y otros, conocí, dusfruté y pude saborear el placer de jugar a ser y creer.El sentido común del año 1985 operó de otra forma, había que estudiar algo que rentara y vaya decisión!!.
Hoy quisiera, pero a mil los kilómetros la posibilidad.
Ojalá haya resultado, será una satisfacción ajena, pero personal.