22.4.10

ROTA (Publicado previamente en Facebook)

(Imagínense un escenario, con pedazos de espejos en el suelo. Yo, desnuda en una silla de terciopelo, mientras una lluvia de sangre cae sobre mi cuerpo, primero lentamente, luego a una velocidad moderada, para posteriormente mojarme entera, como una tormenta roja. Tengo un micrófono. Hablo ronco, lento y pausado)
Mi pedazo de piel sensible. Mis ojos cerrados. La cuenca de mis ojos vacía, mi piel cerrada. Un frío me recorre la espalda. Mis ojos están mojados. He dormido menos de seis horas en los últimos días. Mi piel tiembla. Siempre tiembla. Me consume, me conserva, me destruye.
Mi alma está en silencio. Yo no soy la que hablo. ¿Escuchas la voz? Podría ser una voz que no soy yo. Mis pechos se callan. Se han callado aún más. ¿Escuchas cómo habla la voz? No puedo explicar bien lo que sucede. Ni siquiera sé porqué estoy aquí. Es el parto, me dice la voz. El parto de mí. He salido por un canal de luz envuelta en tinieblas azules. Tinieblas que han salido de alguna parte de mi cuerpo. Partes cóncavas y convexas que formaron un túnel por el que me escapé huyendo de una salvia espesa y pesada.
No sé qué hago aquí. Ni siquiera sé si ustedes me escuchan. Es el parto de mí. ¿Sienten el agua como corre? Es un agua tibia, tiene un sabor extraño, un hálito a crema de recién nacido. ¿Escuchan la voz? Ella también les habla. Es la voz que nadie escucha. ¿Será imaginación? No. Acaba de decirme. Y recuerdo cuando una vez siendo niña, corría entre espigas doradas una tarde de campo en el sur. No. Vuelve a decirme.
Y recuerdo cuando una vez ya no siendo tan niña me bañaba desnuda en el mar en las noches de luna llena. ¡Ay!, ¡cómo duele!, ¡ay!, cómo duelen los recuerdos. ¿Has sentido el dolor de los recuerdos? Esos son los dolores que ahogan. No sé si lo digo yo. Quizás es la voz. Ahora no la escucho. Hay interferencias. Son los sonidos de los sueños rotos, de la piel rota, de los ojos rotos, de la sombra rota. Me lo dice ella, al oído. Me lo dice la voz.
Mi sombra se fue con ella y me ha dejado aquí. Por eso es que he nacido de nuevo. Parida de mí. Con dolor, con ansias, con un sol de invierno que se oculta entre las nubes. Aún está el sol. ¿Lo ven? Yo no puedo. Ya no puedo. Estoy en otro sol. Mi vista, ahora, se ha vuelto de algodón amargo. Y sólo mis brazos se poseen vivos, como corrientes de mi alma, como serpientes líquidas, como pedazos de algo que se ha vuelto a armar de otra manera. Como pedazos de algo que se ha vuelto a amar de otra manera.
Es tarde. Me dice la voz.
Ya es tarde. Todo ha comenzado de nuevo.
Ya saliste del laberinto.

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