16.10.07

Derretido

Mi sol bajo el sol grande, derretido por el paso de sus rayos inclementes sobre mi cabeza. Calor, tibieza, transpiración.
Había olvidado la fuerza del sudor sobre la piel de los hombres, sobre el sentir de lo que puede o no suceder debajo del cemento que, en los días más fuertes del verano, se pega en la suela de los zapatos y no deja avanzar.
Una lluvia de calor, que moja más que lo líquido exprimido de las nubes.
Todo silencio, todo caminar y pensar que el tiempo corre con la misma fuerza que la vida se amplía ante el horizonte.
Derretido. Mojado. Húmedo. Tropical. Pegajoso.
Sucio y limpio a la vez.
Tibio. Escurridizo. Amplio. Palpitante.
Piel sobre piel y sobre otra piel encarnada una sobre otra para formar una capa gruesa de dermis.
La piel, lo que mueve el instinto. El calor de los hombres, lo que mueve el instinto de sobrevivencia corpórea. El sueño, las enormidades del calor y del corazón rojo y latiente, como laberintos de vida que te surcan. No hay nada que hacer.
Sentir.
Batir alas como ángeles que cuelgan de un cordel invisible que gira, se estira, se encoge y desaparece.
Las alas de cualquiera, de los ángeles que tienen caras de demonios.
Y todo, bajo el sol casi transparente en un cielo azul.
Sol.
Y bendito horario de verano que alarga la luz.
Que alarga mi luz en el firmamento llamado cerebro.

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