24.7.07

Silencios inconclusos

De cada polilla que ha rondado en mi habitación no hay ninguna que haya dejado de meterse en mi oreja y hacerme molestas cosquillas con sus alas de plástico. Todas tienen que meter un maldito ruido y no dejarme dormir. Me dolían las piernas y no podía encontrar una posición que no me provocara dolor. Mis pies estaban incómodos, doblados debajo de las sábanas y casi olvidados por mis malditos nervios que sólo aumentaban el dolor de mis músculos, que llevaban más de media hora en esa misma postura, sin poder moverse, congelados. Más que el pasto del patio o la nieve de la cordillera. Más que una estatua de cal debajo del océano.Más que mis ojos, que al soñar despiertos tanto tiempo se han quedado fijos mirando el firmamento y colgadas sus retinas de las estrellas lejanas. Me han comido los párpados. Han destrozado las uñas de los dedos de mis pies. Han transformado en un ceniciento cementerio el paraíso de mis sueños. Han plantado flores de mentira y las de verdad las han dado vuelta, dejando las raíces a la intemperie de la muerte. Hay pisadas de osos sin garras y nubes con sabor a azufre y óxido. Eso es lo que pasa cuando te quedas dormido con el estómago lleno y la mente vacía. Llena, pero vacía de inmundicias.Llena de sentimientos y de pies congelados, de bebidas sin gas y muñecas sin cabeza. De carruseles que en vez de caballos llevan tu cuerpo sin piel. Son los silencios que nunca terminan, pero que tampoco tienen un comienzo definido. Eran los violines rotos del alma. Esos que se rompen de un solo grito en la oscuridad de la mente. Y de la tarde. Y de la pieza cerrada con candado por fuera, para que no se filtren las pesadillas de los extraños.

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