26.6.07

Afrodita en el fuego

Pimentones pelados y sin semilla. 
Pimentones rojos, amarillos y verdes. 
Rojos como el corazón.
Amarillos como el pensamiento.
Verdes como la esperanza.
Cortados en pedacitos diminutos con la paciencia que te da la mano.
La mano sobre el cuchillo. 
Con la paciencia del masaje sobre la piel.
Así, siguiendo el ritmo de la muñeca con pequeños semigiros. 
Suavizando todo, dejando que su jugo fluya.
Y una vez que está todo cortado, 
tomar suavemente el sartén por el mango, 
colocar aceite de oliva y observar como poquito a poco hierve. 
Todo se vuelve líquidamente espeso.
Como el deseo.
Poner una pizca de comino, sal, pimienta y ají a gusto. 
Cuando todo está transformado en borbotones, se echan los pimentones 
y hay que dejar que ellos se estrujen por el calor, 
para transformarse en una pasta de tres colores. 
Como el cuerpo, cuando se funde con el calor de otro cuerpo.
Exquisito. 
Lo mejor es comer esto con pan baguette 
cortado transversalmente y previamente calentado 
en el horno tras haberlo untado con un ajo por ambos lados. 
Cocinar es como el placer de amar.
Como la locura de escribir.
O la demencia de poner los pies en un lugar sagrado como el escenario.
O desear a alguien en secreto y con furia.
Y quedarse callada frente a sus palabras.
La mudez se apodera de mí cada vez que te tengo enfrente.
Y se nota. Y no me importa.
Sólo quiero saber cómo ser especial.
Aunque no entiendas mi forma de actuar.
Yo tampoco entiendo la tuya, pero tu mano es tan firme, que no me da miedo afirmarme en tí.
 

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