12.6.09

Dioses del eterno retorno

Todos caminan en círculo bajo la atenta vigilancia de la campana invisible que en cualquier momento suena y todos paran para saber qué les depara el destino. Algunos tendrán que enfrentarse a sus demonios, otros superar los traumas de la infancia, los más dejar atrás vicios y pecados, el resto dejar las ensoñaciones, unos quemar los recuerdos y las falsas ilusiones. Los menos crédulos simplemente caen en un pozo profundo negro y sin fondo. Se tienen que dejar caer. Luego la campana vuelve a sonar y todos continúan caminando sin saber qué hacer, sólo dejándose llevar por pasos de ciego, tanteando el no paraíso, el no lugar, el no destino. Piensan que están muertos en vida, pero están más vivos que todos juntos. A todos nos pasa lo mismo. A mí me pasa en sueños. A veces sueño despierta y me sigue sucediendo. Todo pende de un hilo, que es tan grueso como una cuerda, pero a veces no lo podemos ver. Tiene que ver con la conciencia, con la falta de realidad absorbida en el cerebro. Con la consistencia del piso que se pisa. Con la consistencia con que los pies se afirman en el suelo. Con todo lo que se puede mover y remover una y otra vez sin parar. Tiene que ver contigo y tiene que ver conmigo. Tiene que ver con cuánto pesa tu alma, cuánto tiene de consistente o de inconsistente. Cuánto tiene de ella y cuánto tiene de tí. Todos somos dioses del eterno retorno. La elipse del ADN puede marear. Es una escalera interminable que está dentro de nosotros. Es la idea. No tenemos fin. Somos finitos dentro de nosotros, pero fuera, podemos llegar al cielo, a las ideas, al sol, a no quemarnos, a ser inmortales, a pasar por fuera de la vida de todos y de nuestra propia vida.

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